martes, 16 de febrero de 2010

"Pretensiosos destellos".


Con motivo de la 33 America's Cup, Valencia estaba siendo visitada por gente de todo el mundo y Pablo aprovecho el filón para organizar una exposición de diamantes en su joyería.
Tenía una joyería en la centrica calle de Cirílo Amorós, un negocio familiar que había heredado de sus abuelos. Era una lujosa y amplia joyería, decorada con sumo gusto, con un ligéro toque minimalísta, rodeada de espejos negros y amplias vitrinas en las que se podían ver las exquisítas joyas que disponían en su haber. Dos amplios mostradores en marmol negro vestían la entrada, sobre ellos unos esquisitos y pequeños espejos de pie barrocos montados en una motura de plata. Justo enfrente, unas cómodas butacas lacadas en plata y forradas de terciopelo gris marengo. Sobre los mostradores, dos grandes y vistosas arañas de diseño en color negro y plata, una a cada lado.
A su cargo, tenía dos depedientas, Inés una jovenzuela de veintidós años, y Mercedes una mujer de cinquenta, que llevaba trabajando para él desde que sus abuelos eran los propietarios.
Pablo era un hombre de unos cuarenta años. Soltero, interesante, sensual y fornido. Cuidaba con esmero su físico. Iba al gimnasio y cuando podía salía a navegar, por lo que tenía el cutis dorado por el sol. Pelo canoso y unos nítidos ojos azules le hacían muy atractivo, era extrovertido y muy simpático; sabía ganarse bien a la clientela. Vestía un entallado traje chaqueta negro con ralla diplomática, camisa blanca y una corbata de seda en color burdeos. Zapatos italianos negros con cordones, a juego con el cinturón. Era un hombre, tremendamente culto, amante de la lectura y un intelectual gran apasionado del arte, lo reflejaba en todas y cada una de sus joyas. Sin duda era el eterno galán.
Mercedes era una mujer muy bien conservada para su edad, de corto pelo rubio, ojos marrones y una tez muy risueña, por el contrario Inés era introvertida, tímida. Lucía una preciosa melena rizada, rojiza como el fuego. Su aterciopelada y lozana piel, era majestuosa. Sobre sus mejillas unas pecas que le daban un toco pintoresco. Tenía unos ojos color miel, una mirada intensa, dulce y angelical. Su temprana edad y su casta inocencia la convertían en algo virginal, un tierno bombón que sacudía los sentidos. Ambas vestían un patalón de pinzas negro, una negra camisa entallada al cuerpo, con un poco de évasé en las mangas y en el cuello un lazo que anudaban a un lado, calzaban unas manoletinas negras. No llevaban joyas, tan solo unos sencillos y diminutos brillantes en sus oidos. En el caso de Inés el cabello recogido. Un maquillaje tenue, un pequeño toque de rimmel en las pestañas y un ligero brillo en los labios, algo sutil y deliciosamente encantador y elegante.
Aquel sabado, finalizaba ya la jornada laboral, los nervios y prisas de úlima hora afloraban el ambiente, pués ya terminaban de detallar los preparativos de la exposición. Anduvieron colocando los canapes de todo tipo sobre los mostradores, empezaron a colocar las copas y a medida que entraban los clientes iban descorchando una a una las botellas de champagne francés. En el fondo de la joyería, sobre una improvisada y larga mesa cubierta por unos mantos de terciopelo negro se hallaban los diamantes, los había de todos los tamaños y tallajes. Habían piezas especiamente sublimes de una belleza extraordinaria, lindas de verse sobre una mujer.
La exposición, hizo acopio de amigos y clientes y fue un verdadero éxito, tal como era de esperar. Fueron recogiendo y ya finalizando se quedaron Pablo y Inés en la tienda sólos y allí él le dejó probarse una de las sortijas. Tomó su mano y le introdujo la sortija en su dedo, ella quedo deslumbrada por su belleza. Él admiraba como sus ojos brillaban, casi tanto como la preciosa alianza que recorria su dedo anular. Inés se quitó la sortija y Pablo la agrupó con el resto para guardarlas en la caja fuerte. De camino a la caja fuerte no podía olvidar el olor que Inés desprendía, un dulce olor afrutado, con ligeros toques de azahar, eso embriagó sus sentidos.
Pablo se sintió atraido por ella desde el primer momento que la vió, y deseó poseer cada centimentro de su piel, pero antes codició deleitarse con su físico. Le pidió que se quedara, ella sedienta de aventuras accedió a quedarse, y él se apresuró a cerrar la puerta, bajó las luces, y sobre el mostrador tendió uno de los mantos de terciopelo negro.
Cogió a Inés por la cintura y la sentó sobre el manto. Allí fué quitándole los zapatos, uno a uno, y lentamente empezó a desvestirla. Sus manos empezaron a ascender por su diminuto cuerpecito, fue ascendiendo por sus piernas, sus muslos, fijó sus manos en su cadera y allí fué extrayendo la camisa de dentro del pantalón. Sus manos siguieron ascendiendo hasta llegar a su cuello, allí desanudó el lazo, y posteriormente desató sus cabellos rojizos, sus dedos se anudaron a sus rizos y los acercó para olisquearlos, podía notar su dulce y suave tacto. Acto seguido desabotonó su camisa, introdujo sus manos dentro de la camisa y los posó sobre sus hombros y lentamente fue abriendo su camisa, y la dejó caer por su espalda. Observaba cautivado sus voluptuosos pechos, cubiertos por un sujetador azul celeste, liso sin ningún tipo de pretensión. Continuó deslizando sus manos por su torso y llegó a su cintura, una vez allí deslizó sus dedos entre su pantalón y lo desabotonó, quedando a la vista un coulotte del mismo color que el sujetador, se lo retiró y la tendió sobre el mostrador. Peinó su pelo y acto seguido le retiró con mucha cautela sus prendas íntimas, admirando en todo momento la belleza de su inmaculado cuerpo. Fué a por los diamante de la caja fuerte, y los acercó al mostrador. Introdujo sus manos en unos blancos guantes de algodón y con unas pinzas fue cubriendo su cuerpo con los diamantes. Minuciosamente los iba ordenando por tamaño y pureza sobre su pubis perfectamente depilado. Con cautela y minucia, uno a uno, fue dándole forma a su obra. Al rato se vislumbraba un precioso y destelleante corazón. Luego sobre su vientre desnudo, deleitándose con su obra, se sirvió una copa de espumoso y frío champagne dejándolo deslizar por su piel, notando como ésta se erizaba. Bebió y se embriagó de ella, sabía que no debía poseerla, así que allí la dejó y pasó a sentarse en uno de los sillones. Se sirvió una copa de champagne y tomo asiento. Tomó aire y llevó su copa a la boca, posteriormente encendió un cigarrillo y allí admirado, se recreó observando y deleitandose con su primorosa y deslumbrante obra.

2 comentarios:

  1. Sin duda todo un caballero, quedan pocos..pero todavía quedan muchas musas en nuestra imaginación...Puedo oler la respiración entrecortada de Ines, hipnotizada por el brillo de los diamantes que la rodeaban y el aura en que se veía envuelta. Pablo en éxtasis!! la situación lo abrumaba por completo, era real! Waiting for another!!! cada letra que escribes me la comería..

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  2. bravo,tus relatos atrapan,enganchan,atraen.no tengo palabras,espero impaciente tu proxima publicacion,sigue asi llegaras lejos ya tienes un fan aun no te puedo decir quien soy pero paciencia y sigue trabajando asi,un abrazo

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