domingo, 14 de noviembre de 2010

“Armónicos Acordes”

Siento golpear la lluvia tras el cristal.
Cientos de hojas perezosas, inundan las calles mojadas anunciando la pronta llegada del invierno. 
Desde mi ventana, diviso la gente pasar. La veo correr hacía sus hogares.
La calle es un completo hervidero de emociones.
Centenares de sensaciones se agrupan entre si,
 para resguardarse del agua que cae sin cesar. 
Hoy recuerdo como te conocí, aquel día de casualidad. 
Tú me ofreciste cobijo bajo tu amplio paraguas y yo, empapada me acerque a ti resguardándome de aquel chaparrón, y ahí empezó todo.
Nunca me importó que no fueras muy alto y que por ello aquel día, poco me
resguardara tu amparo.
Tampoco me importo el que no tuvieras un escultural cuerpo al rodearme con tu brazo y llevarme hacia ti.
Verdaderamente, siempre me importaron tus palabras y las connotaciones que éstas tenían sobre mi persona. 
Recuerdo que posteriormente llegaron las largas noches de charlas, las risas y entre anécdotas de cosas tontas, le iba dando más importancia a nuestra relación.
En el pasar del tiempo, me aferraba a ti con la única esperanza de recibir tu apego.
Sobre mi cama recuerdo como aquel día lluvioso me despojaste de mis mojadas vestimentas, para ofrecerme el calor de tu cuerpo y allí, sentí tu alivio dentro de mí. 
Al notarte bien adentro, percibí al unísono, todas y cada una de las palabras que habían ensanchado mi sensibilidad.
Las noté retumbar una y otra vez al mismo compás que nuestras caderas.
Sentí como en una composición perfecta tramabas los acordes, bordando con tus labios una a una las notas, sobre un enorme pentagrama de piel.
Ambos, tú con tus caricias y yo con mis gritos, confeccionamos una armónica melodía de seducción.
Ahora, sobre mi cama todas y cada una de las cartas que jamás te dí. Ellas desdibujan tu presencia y anuncian tu lejana ausencia.

Hoy mi corazón esta seco y en la calle, sigue lloviendo.


sábado, 30 de octubre de 2010

"Las fantasías"

Las fantasías, tanto en el hombre como en la mujer nacen a muy temprana edad.
¿Quién no recuerda verse sentado en un pupitre de clase, deseando que el niño o la niña líderes de su clase se acerque a darle un beso o se imagina acariciando su lacio y brillante pelo?. Justo en ese preciso instante, nace una fantasía erótica.

Las fantasías son necesarias para hacer el día a día más pleno e interesante, para no caer en las garras de la monotonía, siempre y cuando las fantasías no se vuelvan más importantes que la realidad ni interfieran en ella, (no hay que olvidar que en muchas culturas y religiones lo ven como algo pagano o prohibido), estás pueden ayudar a mantener la intensidad en una relación amorosa.

Las fantasías se convierten en un instrumento de exploración; y hasta cierto punto de satisfacción humana, tanto a nivel personal como de pareja.
Algo a tener muy en cuenta; es que las fantasías son sólo eso; fantasías, por lo que no son reales. Hay que saber diferenciar la realidad de la ficción y que cada uno tiene pleno derecho a llevar su sexualidad al punto que él desee. Eso conlleva una responsabilidad en la que debe mantenerse el equilibrio mental, para no sufrir ningún tipo de daño psicológico.
En el caso de tener fantasías perturbadoras o recurrir con mucha frecuencia a ellas, indica el inicio de algún tipo de trastorno, por lo que es conveniente realizar alguna terapia conducida por un terapeuta profesional, para poder examinarlo y así erradicarlo.

En las fantasías sólo hay imágenes mentales, nosotros mismos somos los creadores y los encargados de hacer que esas imágenes se transformen en sensaciones reales, para poder así expresar la pasión y el deseo que guardamos dentro de nuestra mente; entonces la fantasía no sólo estará en nuestra cabeza, sino en todo nuestro cuerpo y cobrará vida propia.
Lo bueno que tiene poner en práctica una fantasía erótica, es que si eres correspondido va creciendo por momentos; lo que deseamos se hace realidad y se ve incrementado por muchísimo placer.
Habéis de saber en todo momento si vuestra pareja está preparada y dispuesta a compartir eso, pues jamás hay que obligar a nadie a que haga nada contra su voluntad. La puesta en práctica de una fantasía tiene que ser en todo momento un acto consensuado.

Hay muchas personas que fantasean y no les importa hacerlo, pero no se ven preparadas para ponerlas en práctica.
La decisión de hablar de las fantasías sexuales y de llevarlas a cabo, o no, depende de cada uno, por ello hay que ser consecuente y tener en cuenta las repercusiones que tal acto pudieran tener.
No sería nada responsable ni prudente hablar de una fantasía o ponerla en práctica si ello pudiera lastimar o herir a la pareja, ya que ello podría llevar graves repercusiones psicológicas, emocionales o físicas. Por el contrario, si la fantasía ha sido aprobada por ambos partenaires y la pareja está dispuesta a representarla, puede llegar a convertirse en un maravilloso instrumento de expresión físico y mental. Algo de lo más sugerente a la vez que estimulante.

Yo aconsejo ante todo, no elaborar ningún plan. En múltiples ocasiones, surgen temores o sorpresas desagradables que estropean los planes. Los nervios, tanto los propios, como los ajenos, a veces hacen que perdamos el control de la fantasía. En nuestra imaginación no existen contratiempos de última hora, nuestro cuerpo obedece a la mente y lo hace livianamente sin que nada ni nadie nos moleste, pero en el mundo real, todo está en movimiento y no todo está en correcta harmonía, por eso pueden surgir cosas inesperadas o fácilmente podemos ser molestados por causas ajenas.
Lo que se puede representar y lo que es mejor dejar en la imaginación, eso ya es de sentido común y de las convicciones personales de cada uno.
Si alguien, en algún momento pudiera sentirse confundido o perturbado con la práctica de una fantasía, es mejor dejarlo. Es preciso y necesario, asegurarse en todo momento que la pareja se siente completamente a gusto con la idea de involucrarse en una fantasía ajena a ella y disfruta plenamente de la misma.

No hay normas, ni estatutos, ni nada que indique que algo este bien o mal. Cada persona es un mundo; y cada uno tiene una percepción de lo que está bien o está mal diferente. Todo lo que a una persona le pueda pasar por la mente, es válido, siempre y cuando no se dañe la integridad física y mental de las personas.

Nos enamoramos, admiramos incluso deseamos a otras personas independientemente de su sexo o genero. Que alguien cercano a nosotros nos cree emociones diferentes a las que no esperamos, es bastante frecuente. No hay que olvidar que hay algo que no podemos controlar, los sentimientos.
Muchas veces nos sentimos atraídos por las características de las personas: Su belleza, su simpatía, su inteligencia, su hacer cotidiano...todo eso hace que las personas nos gusten inusitadamente y hagan que sintamos pensamientos lascivos, indiferentemente de su sexo y deseemos estar mucho rato en su compañía.
Si la gente abriera su mente a la par que el corazón el mundo funcionaría muchísimo mejor, se disfrutaría el doble, sin convicciones ni condiciones.

El sexo al igual que el amor, no conoce, ni disciplina, ni credo, ni bandera, " ES LIBRE”.

sábado, 24 de julio de 2010

“El inocente reflejo de la luna”.



Paso mis vacaciones en un recóndito lugar del pirineo leridano. Un paraje rodeado de cumbres llenas de extensas pinedas y silvestres flores, que prontas marcan la llegada de la primavera.
Poco hay que hacer en mi pueblo, pero es de agradecer con la vida mundana y estresante de la ciudad.
Mi pueblo es un lugar pequeño de arraigadas costumbres y tradiciones; en el que todo hijo de vecino se conoce, y donde el trabajo más loable, es el del cotilleo. Rodeado de abruptas montañas y justo en medio de dos bravos ríos, “El Flamicell” y “El Noguera Pallaressa”. Con las primeras calores su cauce crece, pues las nieves de los picos empiezan a deshelar y empujan con fuerza el agua montaña abajo llevándola a morir al pantano de Sant Antonio.
Gratamente mantengo buenos recuerdos de él en mi memoria: mi niñez, mi adolescencia; mi primera vez.
Yo era la hija del director de una entidad bancaria. La tercera de cuatro hermanos, risueña, rebelde; toda una fierecilla por domesticar.
Recuerdo que las clases de la madre Genoveva eran bastante aburridas, y nosotras ávidas de emociones, decidíamos hacer pellas en el colegio en esas tardes primaverales donde el calor asfixiaba y hacía cantar a las chicharras en los trigados campos.
En una de esas cargantes clases, Montse y yo nos escapamos, cogimos las bicis y nos fuimos dirección a “lo lago”, (así llamamos al pantano los habitantes del lugar).
Después de media hora de intenso pedaleo llegamos; tiramos las bicis y rápidamente nos desvestimos, quedando nuestros escuálidos y diminutos cuerpecitos en paños menores.
Aquel día el calor apretaba sumamente, así que nos apresuramos a meternos en el agua. Esta estaba fría, pues por esas fechas mucha de esa agua es parte aún del deshielo de las cimas y no ha tenido tiempo de caldearse.
Después de saciar nuestros sofocos, salimos y nos tendimos un rato al sol. Creíamos estar solas, ajenas a todo lo que nos rodeaba, pero de entre los chopos surgió un chico. Estaba acampando entre la arboleda, así que nos apresuramos a vestirnos. Era uno de tantos holandeses que año tras año, a primeros de junio vienen a pasar sus vacaciones a mi comarca: “El Pallars Jussà“.
Por aquel entonces yo tan sólo tenía dieciséis años y poco sabía de hombres, desconocía por completo los placeres terrenales y los efectos que cupido y sus maquiavélicas flechas causaban en las personas.
Mi forma estaba cambiando de niña a mujer; y en esa mutación estaba empezando a descubrir y regocijarme al mismo tiempo de mi nuevo cuerpo y de los secretos ocultos que este albergaba.
El chico era bastante mayor que nosotras. Se acerco a donde estábamos y empezó a conversar con las dos.
Recuerdo como si de hoy se tratará que estaba nerviosísima; era tan guapo. Mi inglés era nefasto, yo por aquellos tiempos no era una alumna ejemplar, pero como pude me hice entender y estuvimos toda la tarde hablando y echando unas risas.
Un soplo de viento revoleo mi pelo y él con delicadeza lo aparto de mi cara, acariciando mi rostro y poniéndolo tras de mi oreja. Temblorosa sonreí y levemente se sonrojaron mis mejillas, baje la vista por miedo que pudiera percatarse de lo que estaba suscitando en ese preciso instante. Sentía el pulso acelerado, mis palabras se entrecortaban, notaba que se entorpecía mi habla y mis manos no dejaban de sudar; jamás había sentido nada parecido; era algo inaudito y a la vez tan gratificante. Era la primera vez que sentía centenas de hormigas corretear por mis muslos.
Estaba atardeciendo y ya iba siendo hora de regresar a casa, se aproximaba el momento de cenar.
Una vez en casa, cenamos mis hermanos y yo. Como todas las noches, mi padre se puso a contar las hazañas del banco y de sus clientes, todos estaban pendientes de él; todos excepto yo, en mi mente tan sólo tenía cabida John.
Es curioso que con el paso del tiempo siga viendo en mi padre la imagen de mis años de espera, de mis años solitarios. Una imagen fría y severa de soledad, aliviada tan sólo por el entendimiento de la sangre.
Me dispuse a irme a dormir. Una vez en la cama no paraba de dar vueltas y más vueltas.
Esa noche hacía un calor pegajoso y asfixiante, pero este no era el causante de mi repentino insomnio. No podía dejar de pensar en John, en el leve roce de su mano sobre mi rostro.
Cerraba mis ojos y claramente podía notar la yema de sus dedos sobre mi mejilla. Mi mente empezó a divagar y fue más allá, intentando imaginar como sería si esas caricias descendieran cuerpo abajo.
Acompañando a mis pensamientos, mis manos fueron participes en ese afán aventurero. Mis largos dedos rozaron mis labios. Intentaba imaginar que eran sus labios los que acariciaban los míos levemente. Podía sentir que intensa y ardiente era su saliva. Diminutas gotas de salitre emanaban de los poros de mi piel y mi cuerpo empezó a sudar, tembloroso ambicionaba ser descubierto. Notaba como estas una a una, iban descendiendo por mis inapreciables pechos. Descendían sin precipitarse, lo hacían en un movimiento cadencioso. Podía sentir que cientos de sensaciones impúdicas efervescentemente emanaban de mi bajo vientre, y todas mis emociones junto con mis fervientes gotas de sudor iban a condensarse en un solo punto; justo bajo el ombligo, allí, en el bosque enmarañado de mi pubis; en ese mágico punto donde se hallaba la flor majestuosa y virginal.
Delicadamente, con la ayuda de mi mano fui apartando uno a uno los bellos que la cubrían, quedando mis rosados pétalos a la luz. Mis dedos, cuanto más profundizaba en ellos más se impregnaban del néctar que esta desprendía.
Sigilosa, por miedo a ser descubierta intentaba sollozar mis suspiros, pero mi deseo más se aviva con el leve movimiento de mis dedos. Aumente el ritmo de estos y mis suspiros eran incontenibles. Estaba descubriendo un placer estallante que crecía por momentos, hasta que una ardiente combinación de sensaciones explotó en mi interior, bañando completamente mi mano a su paso.
Al finalizar, noté que mi corazón trotaba como un potrillo colina arriba. Me sentí extasiada, levemente agotada pero a la vez, una picara sonrisa se dibujaba en mi rostro. Me sentía tremendamente complacida con mi descubrimiento. Ese fue el principio de un largo romance conmigo misma.
A la mañana siguiente desperté con una extraña sensación de bienestar, y con el recuerdo permanente de John en mi memoria. Era sábado por lo que quedaba exenta de clases, así que me apresuré a desayunar y con el pretexto de que tenía un trabajo que hacer, salí de casa dirección a “lo lago”.
Cargue los libros en mi bici y monté sobre ella pedaleando sin cesar, no paré hasta llegar allí, nada deseaba más que verle de nuevo.
A medida que me acercaba notaba el aleteo de cientos de mariposas subir y bajar por mi estomago, una fuerza ajena a mí me empujaba a descender con rapidez. Ansiaba notar su presencia y mi ansia se tornaba deseo.
Nada más llegar, allí estaba él; emergía del agua. El sol doraba su piel y sus cabellos rubios parecían hilos de oro que relucían bajo su luz. Al verme me sonrió y yo emocionada corrí a su vera.
Estuvimos conversando un largo y tendido rato. Ese momento me hacía sentir dichosa y notaba que sus palabras acariciaban mis sentidos elevándolos al delirio.
Me pidió que le cortará el pelo y yo perpleja; no dudé ni un solo instante. Se sentó frente a mi, notaba su espalda mojada sobre mis piernas, las frías gotas de agua descendían por mis muslos, erizando mi piel a su paso. Mis dedos jugueteaban anudándose en su rubia melena rizada, una y otra vez. Aquel instante me resultaba tan excitante y a la vez tan erótico. Intentaba sostener las tijeras en mis manos, pero estas desobedecían mis ordenes generando a su paso torpeza y incertidumbre; tenía miedo de dañar su hermosa melena. Él al notarlo, se dio la vuelta y me quitó las tijeras de las manos, agarró mi manos acercándome hacía él, yo tan sólo me dejé llevar. Tan impresionada estaba con mi propia hazaña que movida por su experiencia y por su amabilidad me dejé besar. Me besó intensa y apasionadamente y al besarme me dijo:
- La gente creerá que estoy loco por desearte; tan frágil, tan candida, tan inocente….-
Y en aquel preciso instante supe, mirando fijamente a sus ojos que lo estaba; y que yo amaba esa locura suya.
Mis pies despegaron del suelo al sentir sus labios sobre los míos, por un leve intervalo de tiempo creí levitar. El contacto de sus ardientes labios hizo despertar a todas las criaturas que en ese instante habitaban en mi. Podía sentir a las mariposas corretear y a las hormigas volar por todo mi cuerpo, elevando momentáneamente mi temperatura a su paso.
Fue mi primer beso, y aunque a lo largo de mi vida hubieron más besos, ninguno fue como ese.
Me tendió sobre su toalla y allí me agasajo con caricias y besos que me hacían perder el sentido, en ese momento creía estar flotando en el cielo envuelta en esponjosas nubes de algodón, así que perdí la noción del tiempo y se me pasó la hora de la comer. Cuando recobre el sentido y me percaté de la hora pensé, que mi madre iba a matarme seguro, así que me despedí de John, muy a mi pesar. Él me pidió que le acompañará en la cena, que cocinaría algo especial para mí, y que luego nos sentaríamos a ver el reflejo de la luna llena sobre el pantano. No pude negarme a tales proposiciones así que quedamos en vernos por la noche.
Al llegar a casa, mi madre enajenada me estaba esperando, perfectamente sabía que los libros que llevaba bajo mi brazo eran el pretexto perfecto para que gallardamente me saltara la hora de la comida, así que ni se molesto en preguntarme por el trabajo y directamente paso a castigarme sin comer y sin salir aquella noche a la plaza a jugar con el resto de niños. Mi madre, que como todas las madres contiene unas altas dosis de sabiduría, sabía a ciencia cierta que el que me quedará sin comer no era motivo de preocupación para mi, pero que me dejara sin salir a jugar, ahí me daba donde más me dolía, y justo aquel día la ausencia de mis compañeros de juegos y risas no eran lo más importante para mi, John me estaba esperando, esa noche prometía ser única e irrepetible y yo era la protagonista de esa velada.
Me dispuse a ir a mi cuarto sin rechistar, sabía que poco tenía que apelar a la decisión de mi madre y; también sabía que callando solicitaba el sentido común de mi madre y con mi gesto quizás enterneciera su corazón y este, me levantara el castigo.
Mi madre no daba crédito a mi reacción, el que yo me mantuviera en silencio era algo inusual, por lo que la mujer se preocupo sumamente y mando llamar a médico, que vino a casa y rigurosamente me hizo un examen físico, diagnosticando que estaba incubando algún tipo de virus, por lo que me mando hacer cama un par de días. Yo arranque a llorar, no podía ser cierto, yo me encontraba bien, tan sólo tenía una leve dolencia cardiaca, que milagrosamente se curaba con la presencia de John.
Anocheció y; desde la ventana de mi habitación pude admirar la luna; tan brillante, tan redonda, tan bella. Mis ojos se humedecieron y una lágrima rodó mejilla abajo, sabía que él estaría esperándome y que yo no podía asistir.
Esa niña creció, pero no pasa ni un solo anochecer sin mirar al cielo y las noches de luna llena no cesa de imaginar como hubiera sido de especial ese furtivo encuentro y que inocente hubiera sido su reflejo sobre el agua dulce del pantano de Sant Antonio.

jueves, 10 de junio de 2010

“Ingratos acordes”.


Ser dependiente de unos grandes almacenes, y estar ocho horas tratando clientes de toda indote, puede llegar a ser agotador. Así que ansioso esperé a que llegaran las diez de la noche y cerraran el centro.
Aflojé el nudo de mi corbata y me dispuse a irme apresuradamente; como alma que lleva el diablo.
A la salida unos compañeros y yo fuimos a cenar algo, para más tarde acabar compartiendo batallitas del trabajo. Tras unas cuantas cañas y unos pinchos la noche empezaba a animarse y prometía ser divertida, así que pagamos la cuenta y decidimos cambiar de local.
Fuimos a un lugar cercano a la tasca donde nos hallábamos; un pub con buena música y unas mesas de billar. Nos sentamos en la barra y nos pedimos unas copas. Después de unas risas y una ronda de chupitos decidimos echar una partida.
Los dos billares estaban ocupados. En uno de estos habían dos matrimonios de avanzada edad y en el otro se hallaban dos preciosas chicas de unos treinta y pocos; así que los cuatro nos miramos y decidimos esperar a que las chicas finalizaran.
Mientras esperábamos nos dispusimos a tomar otra tanda de whiskys, para ir entrando en calor. En ese preciso instante sonó un tema de Beyonce y las chicas empezaron a moverse y a bailar frente a nosotros.
Ensimismado no paraba de mirar contonearse a la rubia. ¡Era espectacular!.
Llevaba el pelo bastante corto en la zona de la nuca y hacía adelante lo tenía más largo. Llevaba unas mechas más claras, muy perfiladas y el flequillo peinado a un lado. Era un lock bastante alocado, que la hacía tremendamente seductora.
Tenía una boca en forma de corazón, de carnosos y brillantes labios, tremendamente invitadores a ser mordidos. De mirada felina y salvaje, parecía una gata feroz en busca de una presa fácil. Sus negros ojos te hechizaban y vehementemente daban rienda suelta a la imaginación.
Su mirada me besaba cada vez que clavaba sus ojos en mi, lo hacía con tolerancia y a la vez con malevolencia. Un leve pestañeo suyo, me permitía tomar aire para seguir disfrutando abstraído por su mirar.
Lucía un diminuto y ajustado vestido negro, sin mangas y la espalda toda de encaje. Este marcaba todas y cada una de sus protuberantes curvas. Perfectamente se percibía que no llevaba sujetador, pero para el caso, tampoco lo hacía mucha falta. Estaba dotada de unos voluptuosos y sugestivos pechos que rozaban la gravedad.
Calzada en unos vertiginosos y finos tacones, se dirigió hacía mi. La seguridad y la frialdad de su voz me llego muy hondo, y como una presa débil me sentí abatido con facilidad.
Me quedé allí de pie frente a ella, aturdido, totalmente magnetizado por su belleza, sin poder mediar palabra. Glacialmente me miró y me habló, sin apenas levantar la voz, era como un leve murmullo. Sus gélidas palabras instigaban a mi mente a todo tipo de pensamientos lascivos. Dejé de censurarme y me atreví a invitarla a un trago.
- ¿Te apetece tomar algo?.
- Sí, para mi un Gin Lemon.
- Yo soy Jose y tu… ¿eres?.
- Ah si claro, disculpa por mi torpeza, Olga, mi nombre es Olga.
- Un placer Olga, ¿vienes mucho por aquí?.
- Si de vez en cuando venimos Jessica y yo, echamos unas partidas y luego vemos donde vamos.
¿Os apetece echar una partida a medias, chicas contra chicos?.
Yo tardé en contestar y entonces se acerco aun más a mi y me susurró:
- ¿Acaso tienes miedo de perder?, - y una picara y pérfida risa se dibujo en su rostro. -
Volvió hacia la mesa de billar para finalizar la partida con su amiga. Sostuvo en la mano el taco y pasó a untarlo de tiza. Lo hacía despacio, en un movimiento cadencioso de arriba hacia abajo, con delicadeza, mientras sus ojos me miraban ardientemente y picara mordisqueaba su labio inferior sin cesar. Eso suscitó en mi una elevada subida de temperatura. Al concluir, tendió medio cuerpo dentro de la mesa, apoyando sus caderas en el filo de la madera. Su corto vestido vislumbraba la puntilla de su negro coulotte, tejido con delicadeza. Parecía la trama de una araña tejedora, elegante y sensual. Este a su vez dejaba entrever las cachas de su prieto y respingón culo.
Mi visión del momento no podía ser más grata y impúdica, me provocaba acercarme a ella y despertar al animal salvaje que había en mi interior, poseyéndola una y otra vez sin parar sobre esa mesa, con las palmas de su manos apoyadas en ella y no detenerme hasta hacerla enloquecer y oírla gemir de placer.

Finalizaron su partida y comenzamos la nuestra, chicos contra chicas. Entre risas, algún alarido, más copas y flirteos, terminamos perdiendo la partida, y resolvimos donde seguir la fiesta.
Uno de mis compañeros tenía un amigo que era músico y tocaba con un grupo. Tocaban música de todos los tiempos en versión acústica; la verdad es que sonaban muy bien y era muy grato rememorar tiempos pasados a través de grandes temas.
Recordamos que era viernes, y que los viernes solían tocar en un club de Jazz no muy lejos de donde nos encontrábamos, así que decidimos ir todos juntos a ver el concierto.
El local estaba lleno de gente, el concierto aun no había empezado, así que nos dirigimos todos hacia la barra a pedir otra ronda.
Empezamos a conversar y no se como acabamos quedándonos solos Olga y yo. La escuchaba hablar, la veía reír sin parar. Efusivamente gesticulaba todo el tiempo y no paraba de tocarse el pelo. Yo lentamente me derretía a todos y cada uno de sus encantos, mostrándome, más dulce, más tierno, mucho más vulnerable; solicitando mimos a doquier.
Hacía mucho calor en el local y Olga empezó a sudar. Sentí envidia del sudor que fervientemente emanaba de su cuerpo. Veía como las gotas descendían por su espalda y ambicionaba secárselo con la yema de mis dedos, recorriendo cada rincón de su piel.
Sacó un cubito de hielo de su copa y empezó a refrescarse, paseándoselo por su nuca, por su cuello. Codiciaba ser yo el hielo que besará su cuello, que lo lamiera y mordisqueara. Al percatarse de mi ansia, me miró con esa mirada de depredadora que tenía y paso a acariciar sus carnosos labios con el hielo. Lo hacía sucesivamente, disfrutando del momento. Sacaba la punta de su lengua y lo lamía una y otra vez, hasta que lo engulló todo en su boca.
Era una tortura lenta y excitante. Yo me mostraba afín a sus juegos y a la vez ávido de ser presa de sus garras. Al imaginarlo mi miembro cobro vida propia, elevándose para el momento.
Al percatarse de ello, posó su mirada en la cremallera de mi pantalón, observando lo que acababa de suscitar.
Ella sonrió maliciosamente. Se acercó a mi, sosteniendo el cubito entre sus labios, y lo acerco a mi boca. Sentí la fría caricia del hielo sobre mis labios, mientras hacía eso no podía dejar de mirarla. Sus ojos me embelesaban, me desafiaban; yo era su presa y no lo lamentaba.
Noté como con su lengua iba introduciéndolo en mi boca empujando al cubito hasta el final, llegando a mi garganta. Notaba el frío contraste de el hielo y el efusivo calor de su saliva; una explosiva combinación de sensaciones que deleitaban mis emociones elevándolas al delirio. Al poco note como apoyaba su mano en mi muslo y sin darme cuenta pasó a sujetar mi miembro. Lo agarró con ímpetu y bajo una tenue iluminación, se dispuso a susurrarme algo al oído:
-Si me falta la luz… te buscaré con la yema de mis dedos.-
Lo soltó y dejé de contener el aliento, respirando aliviado. Me dijo que debía ir al baño, así que le indique donde era y emprendió el camino. A los pocos metros retrocedió y volvió hacia mí. Asombrado la vi volver, venía con un paso firme, contoneando sus caderas en un bamboleo que me enloquecía, pero extasiado me quedé al ver que frente a mí se desprendía de su ropa interior. Sin miramientos ni decoro ninguno, para luego depositarla en mis manos. Dio media vuelta y retomó el camino al baño sin mediar ni media palabra.
Y allí, rodeado de gente junto a la barra me hallaba yo perplejo, sosteniendo su delicado coulotte. Admirándolo una y otra vez, y ante tanta admiración no pude evitar llevármelo a la cara y olisquear su esencia.
Lo olisqueaba como un animal en celo y su olor evocaba el aroma condensado de la mar. Era un olor intenso, salobre. Me recordaba a los pescadores que venían de faenar con sus barcas llenas de pescado fresco.
En mis manos se hallaban todos sus densos fluidos, concentrados en un pequeño retal de encaje, eso intensificaba mi atracción y me convertía a mi en un depredador voraz, deseoso de poseer mi lengua entre sus suculentos y ardientes labios, perderme en ellos y llegar a saborear a fondo la profundidad de sus salinos jugos.
A su vuelta deposite la prenda con delicadeza en mi bolsillo. Lo guardaría como un fetiche en un altar; ese día iba a perdurar en mi memoria por siempre.
Nos miramos sin decirnos nada, y nada lo expresaba todo. Nuestras risas eran cómplices de aquel incontinente instante.
Con sutileza se colocó delante mío, apoyando su torso en la barra, dándome la espalda; arqueándola y realzando su majestuoso trasero frente a mí. No podía ser más delicioso ese momento. No paraba de recordar que bajo ese diminuto vestido todo su recato se hallaba desnudo y como un privilegio me lo estaba ofreciendo esa noche a mi.
No pude resistirme a sus provocaciones y sigiloso me acerqué a ella. Pose mi mano en su nuca, noté como su cuerpo se estremecía; bajó su cabeza y empecé a besar su cuello con minúsculos besos, en un movimiento ascendente.
Me embriagaba el olor de su perfume; era un aroma volátil, pero intenso. Extasiado por su satinada piel deslice mis dedos por su espalda, siguiendo el recorrido de las gotas de su sudor, que anticipadamente había codiciado. Continué bajando hasta llegar a su prieto culo. Deposite ambas manos en él y lo sostuve con fuerza, parecía puro atrevimiento, pero era un acto de benevolencia. Ambicionaba poseerla en la misma medida que ella deseaba ser poseída. En ese instante no había ni un solo momento de frialdad ni de retracción; éramos dos depredadores nocturnos famélicos de deseo carnal.
La sostuve por la cintura con una mano pegándola a mi, mientras que la otra se deslizaba por su entrepierna. Mis dedos trepaban por su muslo, lo notaba contraerse sin parar.
Podía sentir mi suspirar sobre su nuca. Eso hacía que ella se excitará cada vez más, notando como ardientemente se iban humedeciendo mis dedos. Pasé a acariciar sus labios internos, con esmero y delicadeza, ella me lo agradecía acompañándome en un vaivén de caderas, mojando a su vez más mi mano con sus salobreños fluidos. En ese preciso instante recordé su concentrado y penetrante olor y eso me incitaba muchísimo más a continuar dándole placer, así que introduje mis dedos dentro de su sexo, intentando llegar al fondo, notando las carnosas y ardorosas paredes de su vulva. Ella separó levemente sus piernas dispuesta a que pudiera acariciar bien todo su sexo y asegurándose que no dejaría ni un solo rincón de su pubis perfectamente rasurado sin visitar. Sentirla moverse sobre mi mano era un verdadero deleite, y hacía que mi falo erecto no dejara de palpitar y deseara introducirse justo donde se hallaban mis dedos.
De fondo se oyeron a los músicos que empezaban a afinar. En un revuelo toda la gente fue dirección a ellos. Tuve que dejar de acariciarla y nos dirigimos junto a la multitud, frente al escenario. Y como borregos seguimos a la muchedumbre, nos pusimos frente a ellos y empezamos a bailar y cantar junto a los músicos.
Era un pequeño grupo de tres: un guitarrista, la cantante; una chica con una solemne voz y el bajista algo excepcional; todo un fenómeno. A medida que el concierto más se animaba, yo me notaba más abatido y fatigado. Me senté cerca de el escenario muy próximo a Olga, no quería dejar de disfrutar al verla moverse frente a los acordes del bajo.
La observaba sin parar y ella no dejaba de contonearse frente a mi, era majestuoso verla cantar y bailar al son de todos y cada uno de los temas que el grupo tocaba.
Se acerco hacía donde estaba y se puso a bailar frente a mi. Al ver que no me levantaba de la silla por agotamiento, se sentó sobre mi, y empezó a mover su trasero sobre mi miembro viril. Este no tardo en levantarse y mostrarse ambicioso, así que ella no le hizo esperar y desabrochó mis pantalones introduciendo su mano dentro de estos, sacando a la luz mi falo. Empezó a acariciarlo, una y otra vez, sujetándolo fuertemente. Sentía recato por si alguien nos podía ver, pero a la vez ese mórbido momento me enajenaba y no podía contener mis suspiros.
Ella escabrosa, frente a toda esa multitud subió sobre mi miembro introduciéndolo todo dentro de su suculenta vulva, llegando hasta el fondo y cuando me notó bien adentro empezó a mover sus caderas sobre mí. Parecía una amazona cabalgando sobre un corcel. Sus caderas no dejaban de moverse, notaba como se levantaba y volvía a bajar mi miembro y sus caderas en un unánime son, era un constante y armonioso ritmo, ajeno a la música que se oía de fondo. Yo la sujetaba fuertemente por sus pechos acompañandola en ese movimiento, notaba como lo aceleraba. Ella llevaba el dominio y yo tan sólo me dejaba llevar extasiado por su vaivén.
Olga no satisfecha con lo que le daba, buscaba ansiosa la mirada del bajista, quería que mientras tocaba su bajo nos viera gozar allí frente a él. El bajista entregado a su música y al deleite de nuestros cuerpos tocó un solo finalizando con el concierto. Ella disfrutaba con el momento y quiso cortejarle con unos
tremendos gemidos al lograr alcanzar ambos el climax.
Al finalizar se levantó, se arregló su negro y diminuto vestido y se dispuso a ir al escenario.
Fue a felicitar a los músicos por el concierto, me miró fijamente y frente a mi osadamente pasó a besar al bajista.
Fría y calculadora, lo preparó todo para irse en su compañía y yo me quedé allí sentado, atónito; me utilizó y me dejó sólo, para no dudar en irse con él.



domingo, 23 de mayo de 2010

“Acariciando la voluptuosa memoria de los sentidos ”.



Esa mañana desperté llorando. Mis lágrimas tenían un sentido amargo.
Guillermo; mi cómplice, mi amante, mi esposo; tenía un affaire con una jovencita.
Debía darle un giro a mi vida o yo misma me ahogaría en mi propia pena.
Después de una larga estancia en la ducha, me puse frente al espejo. Allí sequé mis penas y decidí no venirme abajo.
Había luchado media vida por conseguir lo que tenía. No estaba dispuesta a perderlo todo por que mi marido no sabía mantener los pantalones en su sitio, y necesitará tener una aventura con una veinteañera, para mantener su ego y su afán de Peter Pan vivo.
Así que eché mano de mis amigas y una de ellas me recomendó uno de los mejores abogados de Zaragoza.
Me engalané y me dirigí a su despacho. Me desplacé andando y de camino iba admirándolo todo. Viéndolo con otra luz.
Un fuego se había apagado en mí, pero de esas cenizas resurgía una nueva y tempestuosa Silvia.
Cerca ya del despacho me paré a admirar el escaparate de una prestigiosa firma londinense. Y allí, frente a ese amplio cristal, embelesada, contemplaba su nueva colección y quedé fascinada por una de las gabardinas; púes era la prenda estándar de la firma.
Yo siempre había querido tener una de esas en mi armario, pero Guillermo a menudo me recordaba lo caras que eran y lo mucho que se alejaban de nuestro presupuesto.
Así que después de deleitarme un rato, inhalé aire a la par que alzaba mis hombros convenciéndome que Guillermo llevaba razón, y emprendí de nuevo mi marcha hacia el buffet.
Una vez allí, pregunte por el letrado a la recepcionista.
En ese buffet habían varios abogados, aunque a mí personalmente tan sólo me importaba el que mi amiga me había recomendado: Gonzalo Martínez.
La recepcionista no tardaría en hacerme pasar a su despacho. Una vez allí, amablemente me dio la mano y se presentó haciéndome sentar. Acto seguido me pidió que le expusiera el caso.
Yo le anduve contando todo lo que sucedió y le pedí asesoramiento judicial. Él me indicó que por la delicada situación, al haber menores de por medio, lo mejor sería un divorcio de mutuo acuerdo, con el fin de evitar daños colaterales.
El mismo redactaría el acta de divorcio y se la haría llegar a mi marido. Me dijo que no debía preocuparme de nada, que estaba en buenas manos.
Empezó a rellenar unos formularios y yo absorta, le admiraba coger la estilográfica. Lo hacía con seguridad, firmeza y mucha fragilidad.
Sus manos eran unas manos delicadas, de piel fina, pero a la vez eran firmes, pues en el apretón de la presentación así me lo exteriorizó.
Vestía traje gris oscuro con ralla diplomática. Una camisa en lila clarito y una corbata en tonos burdeos. Era castaño claro, de pelo rizado. De tez pálida y blanquecina; supongo que sería de pasar tantas horas en el despacho.
De mirada alegre y brillantes ojos color miel, transmitía paz y sosiego. Sus delgados labios marcaban una risueña y peculiar sonrisa.
Yo le miraba con cautela. No era el hombre más apuesto del lugar, pero no se por que, una parte de mi se sintió tremendamente atraída por él.
Levantó la vista de los documentos y me sorprendió observándole. Un leve rubor enrojeció mis mejillas y él al percatarse, se alegró.
Me dijo que debía llevarle las escrituras de la casa y de todos los bienes que poseíamos en común Guillermo y yo, para ver que me pertenecía a mí jurídicamente. Así que quedamos en vernos en un par de días.
Transcurridos los dos días me presenté en el despacho de Sr. Martínez para entregarle los documentos que me había solicitado.
- Por favor Silvia puedes tutearme, a mí me gusta tener un trato personalizado con cada uno de mis clientes.
- Claro Gonzalo, para mí también será más cómodo. Aquí te traigo todo lo que me pediste. -Le dije yo.-
Él tras su mesa, cauto observaba la documentación que yo le había llevado.
Yo no podía dejar de observarle, y al hacerlo un repentino calor invadía mi cuerpo.
Llevaba mi melena rizada recogida con uno de esos pinchos japoneses, y una camisa blanca, sobre unos vaqueros.
Yo seguía mirándole fijamente y en ese preciso instante, cientos de pensamientos impúdicos pasaron por mi mente. El pulso se me aceleraba, me hallaba inquieta y ya no sabía como sentarme. No quería que notara que me gustaba ese momento, pero tampoco quería que pasara desapercibido. Así que empecé a tontear con él, después de todo, en breve iba a ser una mujer libre.
Me solté el pelo y empecé a acariciármelo. Sutilmente, sin descaros, enmarañaba una y otra vez los rizos entre mis dedos. Luego, mientras él me contaba que podíamos solicitar en el juicio, yo pasé a mordisquear el palillo, con una mirada sugerente y pícara.
Imaginaba como mordisquearía sus labios. Intentaba apreciar como sería el sabor de sus besos. A que sabría su saliva mezclada junto a la mía, que sentiría al notar su lengua recorriendo mi boca.
Me percaté que a él no le molestaba, incluso aseguraría que le agradaba, así que continué con el camelo, hasta que entró la recepcionista para recordarle que en diez minutos tenía una reunión muy importante.
Quedamos para el día siguiente, y así seguir hablando del tema. Él se fue directo a la reunión.
Al volver a casa me detuve de nuevo frente a la tienda de la firma londinense. Observé de nuevo la gabardina, esta vez no encogí mis hombros y me dispuse a entrar a comprarla.
Al llegar a casa la desempaqueté. Las dependientas la habían envuelto cuidadosamente en papel de seda y luego la introdujeron en una gran bolsa y la cerraron con un lazo de los checks distintivos de la firma.
A la mañana siguiente dejé a los niños en el colegio, y fui directa al despacho de Gonzalo.
La recepcionista no estaba y al ver la puerta entreabierta, entré. Allí estaba él, tras su mesa llena de papeles, atendiendo a un matrimonio que discutía por el tema de una herencia. Me pidió que tomara asiento que en breve me atendería.
Me senté frente a él, a unos metros tras su mesa, justo detrás de la pareja.
Le observaba en silencio, tan serio, tan convincente. Verle debatir de esa forma me excitaba de forma inusitada.
Esa mañana me sentía tremendamente segura de mi misma, capaz de cometer las locuras más descabelladas y fascinantes del mundo. Los celos, habían roto mi timidez.
Estrené para ese momento mi gabardina y quería que Gonzalo se percatara de lo bien que me sentaba.
Mi cuerpo estaba perfectamente proporcionado; combinando la líneas incisivas de una mujer delgada con una provocadora madurez. El cinturón de la gabardina marcaba mi estrecha cintura, lo que realzaba la prominencia de mis pechos.
Así que me levanté de la silla y me dispuse a recorrer la habitación. Me dirigí hacia la ventana. Durante un momento se hizo un gran silencio y tan sólo se oía el taconeo de mis zapatos. Sobre ellos me sentía fascinadora, sensual y elevadamente importante. Al andar mi melena iba siguiendo el mismo ritmo que mi paso. Contraponía un pie frente al otro, contoneando mis caderas, en un armónico movimiento junto con mis brazos. Llegué a la ventana, saqué mis manos de los bolsillos y me dispuse a fumar un cigarrillo.
Podía notar los ojos de Gonzalo clavados en mi nuca, así que me puse de perfil para que me viera. Levantando mi mano a la altura de mis ojos, sujetaba el cigarrillo y con la otra; las yemas de mis dedos acariciaban mis labios.
Al finalizar, volví a tomar asiento. Me senté cruzando mis piernas y alcé la vista hacia la mesa. El inclinó la cabeza para mirarme y me sonrió. En agradecimiento abrí ligeramente mi gabardina dejándole ver una de mis medias. Los ojos se le engrandecieron en cuestión de segundos.
En un momento que la pareja se separó, nos miramos frente a frente. Picaronamente le sonreí. Apoye mis tacones en el suelo y descruce mis piernas separándolas ligeramente, mostrándole el liviano contenido de mi atuendo y dejando a la luz una pequeña parte de mi desnudez.
Noté como me deseaba. Su deseo avivaba mi libido y elevaba mi ansia por exhibirme frente a él.
Cuidadosamente introduje mi mano dentro de la gabardina deslizándola por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Acariciándolo suavemente, notando como se erizaba mi piel al imaginar sus manos sobre el. Paulatinamente se iba encogiendo la aureola que envolvía mi pezón, poniéndolo duro y puntiagudo, mientras que con la otra mano, sujetaba fuertemente la solapa llevándola a mi boca para silenciar mis suspiros en un intenso mordisco.
Gonzalo no desprendía su mirada de mi. Se mostraba receptivo, quería más, y era obvió que a mi me apetecía mucho dárselo.
El matrimonio seguía hablando, ajenos a todo lo que estaba sucediendo. Solté mi pecho y saqué la mano de la gabardina.
Empecé a desabotonar uno a uno los botones, introduciendo mis dedos en los ojales, disfrutando y notando el roce de estos en mi piel. Me complacía con cada uno de mis movimientos y mi mirada evocadora e invitadora le sugería que no dejara de mirarme. Estaba experimentando un placer absolutamente desconocido, pero fascinante e intenso en toda su trama.
Desabotoné la gabardina justo hasta la cadera, y ante su absorta contemplación, la abrí; quedando mis senos a la luz.
Mordisqueaba mis labios. Mi lengua se tornaba cada vez más ávida, como sí se hubiera convertido en un órgano sexual autónomo y como tal, necesitaba gozar, así que la punta de mi lengua empezó a deslizarse por mi hombro, acariciándolo y humedeciendo parte de mi ardorosa piel. Una sensación deliciosa que me llevo a sujetar uno de mis pechos y lamerlo con un lascivo apetito, codiciando así su lengua por todo mi cuerpo. Cerré los ojos a sabiendas que en cualquier momento podrían verme, y seguí deleitándome en un silencio evocador.
Abrí los ojos para observar que Gonzalo seguía mirándome, y ahí, tras la mesa seguía atento a todo. Sólo tenía ojos para mi, así que debía complacerle.
Pose las palmas de mi manos sobre mis pechos. Los agarré con fuerza mientras mi mirada lujuriosa seguía clavada en él y lentamente las deslice por mi vientre, a la vez que mi lengua juguetona se relamía de gusto.
Gonzalo estaba absorto, fuera de sí. Intentaba mediar palabra, pero estas se entrecortaban.
Desde mi posición podía notar sus ardientes latidos, imaginando como de latente se hallaría su miembro. Junté mis piernas, contrayendo mis muslos fuertemente. Notaba como mi vulva se contraía junto a ellos. Seguí deslizando mis manos y me encontré con el último botón.
Gonzalo hizo un gesto con la cabeza, rogando que no lo desabotonara, pero yo, terriblemente ansiosa, desobedecí su ruego. Necesitaba hallar donde se concentraban todas mis ardientes sensaciones. Necesitaba tocar, al igual que deseaba ser tocada, pero antes quería mostrarle mi ataviado pubis, depilado para la ocasión con una fina línea de bello.
Veía su cara de apetencia y de deseo. Nuestra armonía era perfecta: su excitación crecía en el mismo intervalo de tiempo que su ansia por acariciarme, por poseerme. Su ambición era equivalente a la mía. Así que pase a mostrarle anticipadamente como debía hacerlo.
Deslicé la punta de mis dedos por mi bello pubico, acariciándolo suavemente una y otra vez. Seguí bajando mi mano y esta empezó a humedecerse. Me sentía tremendamente excitada, y continué acariciando mis labios externos y posteriormente los internos, quedando mi dedos completamente bañados por mis salobreños fluidos.
Contenía el aliento, ahogando mis deleites en mi misma, eso intensificaba mi exaltación.
De repente, la voz de Gonzalo alteró mi fogosidad.
- Creo que este caso obviamente debería contrastarlo con el Sr. notario, hay cosas que en estos momentos se me escapan de las manos, así que mi secretaría les dará cita para otro día.
Al oír eso yo me apresuré a taparme, cerré la gabardina con el cinturón. Me estaba percatando que no podía deleitar más la espera y estaba llegando la hora de que atendiera mi caso, que en esos momentos urgía muchísimo más.
- Claro Sr. Martínez lo que usted vea más oportuno. -Dijo el matrimonio.-
- Pues así lo haremos. Yo mismo iré a la notaria y allí hablaré con el Sr. Notario mirando de esclarecer el asunto. Disculpen si no les acompaño a la puerta, pero tengo un caso urgente que atender con la Sra. Silvia. Pídanle cita a mi secretaria, ella les atenderá.
-No se preocupe Sr. Martínez, así mismo lo haremos.
Por fin estábamos solos, llego el momento de que me atendiera a mi.
- Silvia, ¿te parece bonito lo que acabas de hacer?, casi me da un infarto. ¿Pretendías matarme?.
-¡Nooo!, para nada, no era esa mi intención Sr. Martínez.- Una leve y malévola sonrisa se dibujaba bajo mi nariz.-
- ¿Y cual era tu intención Silvia?. No me he podido levantar de la mesa para despedir a mis clientes.
- ¡Vaya!, no veo por que.
- ¿No ves por que?, ¿qué pretendías, que vieran lo que has conseguido suscitar?.
- Veo que entonces me prestaste atención.
- Como no iba a hacerlo Silvia, me pusiste taquicárdico, no podía ni sostener mi pluma en la mano. Jamás antes ninguna mujer había logrado excitarme de tal forma. ¿En que estaría pensando tu marido al liarse con una jovencita?.
¡Eres una mujer increíble, capaz de hacerle perder el sentido a cualquier hombre!.
- ¡Pues hagamos que lo pierdas del todo!.
Me levanté de la silla y me dirigí hacía su mesa; sin prisa, muy lentamente, quería seguir disfrutando del momento.
Llegué hasta la mesa y me senté sobre ella, frente a él. Dejé caer mis zapatos al suelo, coloqué un pie a cada lado, justo sobre los reposabrazos y abrí mis piernas. Gonzalo se hallaba recostado en su sillón, ensimismado, pendiente de cual sería mi siguiente movimiento. Me incliné sobre él y le susurré algo al oido:
- ¡Mi cuerpo te desea, quiero saber a que sabes, quiero sentirte dentro de mi!.
Le agarré por la corbata y lo acerqué a mi boca. Pase a lamer sus labios, a mordisquearlos y en un arrebato, le besé con frenesí. Llene mi boca con su lengua y intercambiamos nuestras salivas. Sus besos eran apasionados y profundos. Intensos en toda su forma y gusto.
Bajé mis pies de los reposabrazos y los puse justo encima de sus pantalones. Con delicadeza estuve paseando uno de estos por encima de su protuberancia. Podía notar que cuanto más acariciaba mi pie sobre la cremallera de su pantalón, más se iba engrandeciendo su falo. A la vez que lo friccionaba, engullí mis dedos en mi boca, lamiéndolos y saboreándolos con atrevimiento, tal como lamería su miembro si lo introdujera en ella. Su cara era el reflejo de que ansiaba liberarlo, pero quise dilatar la espera y hacer que enajenara un poco más, disfrutando de ese momento de dominio y control.
Gonzalo tomó mi cintura y pasó a desabrochar el cinturón y retirar mi gabardina. Mantuvo sus manos en mi cintura desnuda y se apresuró a explorar mi cuerpo con sus manos. Observaba y acariciaba mi piel, notaba sus dedos aquí y allá intentando conocerme y a la vez retenerme. Pasó a besarme con vehemencia, a mordisquear mi cuello, a relamer mis pechos ansiosamente. Era como un animal salvaje hambriento de emociones.
Me recostó sobre sus papeles, encima de la mesa y colocó una de mis piernas sobre su hombro. Lentamente empezó a deslizar sus manos por mis muslos, poco a poco fue desprendiéndose de la media. Una vez se deshizo de ella introdujo la punta de mi pie en su boca. Notaba su efusiva saliva. Podía notar la punta de su lengua entre mis dedos. ¡Era fascinante!.
No pude aguantar y empecé a suspirar enérgicamente y a medida que iban creciendo mis suspiros se tornaban gemidos, que esta vez no silenciaba. Gonzalo disfrutaba al verme gozar y continuó. Su lengua prosiguió lamiendo mis pantorrillas, ascendiendo hacia mis muslos. Mi cuerpo se estremecía por momentos, estaba experimentando algo inaudito pero extraordinariamente fascinador. Una vez llego a mis ingles se detuvo, levantó la vista y me miró, tal como le había mirado yo anteriormente.
Deseaba más; y al notarlo él continuó lamiendo mi ingle y de allí paso a deslizar su lengua por mi pubis, lamiendo mis labios, succionándolos, introduciéndolo su lengua en mi vulva, notando como cada vez se iba humedeciendo mucho más. Yo le acompañaba en un movimiento armónico de cadera. No podía aguantar más, le suplique que me penetrará, necesitaba sentirlo dentro de mi.
Me incorporé y fui directa a su pantalón. Había llegado la hora de liberar al miembro de su prisión. Lo sostuve en mis manos. Tan endurecido, totalmente erecto, lo arremetí para que entrara en mi vulva, quería sentirlo en mis adentros. Yo estaba tan mojada y derretida en su pasión, era tan sugerente que no podía dejar de estremecerme.
Él me sujetó por la cadera y empujo para que cupiera todo su miembro dentro de mi, lo hizo una y otra vez. Me satisfacía oírle gemir y verle disfrutar, su deleite era el mío propio. Entonces cambio su ritmo, empezó a empujar con más ímpetu, moviéndose conmigo en la naciente cúspide del orgasmo. Yo grité, clavando mis uñas en su espalda, y ambos placeres llegaron al mismo tiempo.
Nos dejamos caer sobre la mesa liberados ya de nuestras tensiones.
Gonzalo me abrazó y me estuvo acariciando, atendiendo todos mis deseos de forma dulce y cariñosa. Yo le correspondí. Era un hombre extraordinario, como pocos he conocido. Nos quedamos abrazados un buen rato, hasta que llego el momento de volver a la realidad. Nos vestimos y quedamos en vernos de nuevo.
Al llegar a casa Guillermo había llegado primero, entré y dejé mi bolso en el salón.
- Silvia, ¿te has comprado la gabardina?. En que estabas pensando te dije que se salía de nuestro presupuesto. Tendré que hacer más horas en la oficina para poder pagar tu capricho.
- No te preocupes seguro que tu becaría lo agradecerá sumamente. Cierto que lo dijiste, pero sabes que Guillermo: he dejado de escucharte.
- No empieces con eso de nuevo, ya te dije que fue un error que no se repetirá.
- Sinceramente Guillermo, el que se repita o no, me es completamente indiferente. Hoy he descubierto la clase de mujer que soy, y tu, estas a años luz de mí.
Búscate un abogado, quiero que te vayas de casa, he solicitado el divorcio.
- ¿Sin consultarme?.
- Guillermo no me hagas reír, ¿quieres?. ¿Acaso tu me consultaste si podías acostarte con tu becaria?.
Recoge tus cosas, mañana no te quiero aquí. No tenemos más nada de que hablar.
Me alejé por el pasillo. Me detuve y desabotoné mi gabardina dejándola caer al suelo, y continué andando desnuda hacía la habitación. Sabía que Guillermo estaría mirando, pero ya no me importaba, en mi sien perduraba el recuerdo latente de Gonzalo.

domingo, 18 de abril de 2010

"Esencia de una melodía".


Madrugando en Francia y anocheciendo en España, andaba batallando a saltos entre un país y otro, Anaïs.
Su vida era un ir y venir constante. Viajes acelerados, noches de hotel y sobre todo muchas horas de vuelo.
Trabajaba para una compañía de aerolíneas francesa.
Era martes y tuvo que hacer noche en Tarragona, púes su ruta aérea pautada era Paris - Reus. Allí la esperaba su amante, un ejecutivo y apuesto padre de família.
Solían quedar en un distinguido restaurante con piano bar.
Aquella noche ella llego antes, y mientras esperaba, se sentó en la barra. Pidió un margarita y se deleitó escuchando las piezas que con suma delicadeza tocaba el pianista.
David era un virtuoso del piano. Era asturiano, de Avilés. Su complexión normal. Lustrosa cabellera negra y labios gruesos de sonrisa risueña. Una nítida y profunda mirada, tras unos penetrantes ojos azules. Era inteligente, sensitivo, buen conversador y tremendamente atractivo. Sus seductoras formas con las mujeres le delataban.
De fondo se oía una melodía, cuando el teléfono de Anaïs sonó. Era él. Esa noche no podía acudir, su mujer requería de su presencia.
Ella enojada colgó el teléfono. Se bebió de un trago el margarita y acto seguido pidió otro. En un momento de evasion y de desconexión, aturdida por las primeras copas y en el involuntario acto de abstenerse de cenar, prosiguió bebiendo.
Se levantó del taburete y se dirigió hacia David. Sus piernas le flojeaban, apenas podía tenerse sobre sus tacones, pues el espíritu del alcohol la adentro a un estado de embriaguez.
Apenas quedaba gente en el local, él le hizo un hueco en su banqueta y la dejó sentar a su lado. David la observaba en silencio, mientras deslizaba sus dedos sobre las teclas del piano.
Contemplaba su desalentado estado. Divisaba sus ojos empañados y en estos se reflejaba la furia de sus sensaciones.
Una vez secó sus lágrimas pasó de ser observada a observadora.
Ella contemplaba sus largos dedos. Los veía sobre el piano. Admiraba como lo mimaba y con que sutileza lo hacía sonar. Deseaba sentirse amada, tal como amaba David su música.
Cerró por un instante los ojos y deseo notar esas manos recorriendo su cuerpo y mordisqueo su labio inferior mientras lo imaginaba.
Al abrir los ojos y verle allí, ella le contó su historia de amor.
Dos aves fugaces que se encuentran furtivamente entre un lado y otro del mapa. Intentaba convencerle de las conveniencias de seguir con un hombre casado.
Repentinamente David dejó de tocar el piano. La miró a los ojos, y con voz profunda le dijo:
- ¡Anaïs!, eso no es amor. Eres el pasatiempo de los martes y los jueves; y por lo que deduzco hoy ni eso llegarás a ser.
Ella rompió a llorar, David la alzó y la puso frente a un espejo.
- ¡Mírate!.
Ella bajo la mirada, no quería verse tras el espejo. Él sujetó su cabeza y le dijo:
- ¡Mírate, y hazlo bien!. Eres la criatura más preciosa y bella que jamás he visto. Eres divertida, dulce y inteligente. Eres una diosa dormida, así que permite al mundo creer en ti. ¿Qué haces perdiendo tu tiempo con un cretino que no te merece?. Una mujer como tu no ha estar a la sombra de ningún hombre.
- ¡Me quiere!, yo se que me quiere. Va a dejar a su mujer para estar conmigo.
- No te engañes Anaïs, eso jamás sucederá. Una mujer como tu, podría tener todos los hombres que quisiera. ¿Por qué conformarte justamente con uno que no te quiere lo más mínimo?.
- ¡Si me quiere!. Íbamos a pasar el fin de semana juntos. Tenemos las reserva de la suite en el hotel desde marzo.
- ¿Tenemos?, Anaïs no te hagas más daño. Tener no tienes nada, de ser así no estarías hablando en este precioso momento conmigo.
Terminó la copa y le dijo:
- Debería dejarle, y lo intento, pero el siempre me convence de lo bien que estamos y de lo mucho que me quiere.
David la recostó sobre su hombro y cariñosamente la abrazó mirando de consolarla.
- ¡Te acompaño al hotel!.
Él la ayudo a ponerse el abrigo pagó sus copas y la condujo a la puerta. Una vez en la calle tomaron un taxi dirección al hotel.
En recepción pidieron la llave de la suite y subieron. Una vez en la alcoba, ella desfalleció, cayendo sobre la cama. Allí David la desvistió con delicadeza y le introdujo en la cama. La arropó y se dispuso a irse cuando se oyó la voz quebradiza y abatida de Anaïs:
-No te vayas por favor. Quédate aquí a mi lado hasta que me duerma. No quiero estar sola. Ven recuéstate a mi vera y abrázame.
Él se tumbo en la cama y la abrazó, mirando de calmarla para que pudiera conciliar el sueño. Le acariciaba el pelo, con cautela contemplaba y admiraba cuanta hermosura revelaba, hasta que ella entró en un profundo sueño.
Se incorporó y se disponia a irse, pero antes se percató de todo el esmero que ella había puesto en aquella cita. Rosas rojas, una bandeja de fresas chocolateadas, junto a unos bombones y una botella de "La Veuve Clicquot". En ese preciso instante una mezcla de fascinación y rabia invadía a David.

Ya en el aeropuerto terminaba de facturar su equipaje, volvía de regreso a casa. En el Duty free se paró a comprar unos presentes.
Estaba eligiendo un perfume mientras ella se asomaba por la puerta de embarque. Escondida tras unas grandes gafas y encima de unos vertiginosos y finos tacones se la veía llegar.
Sobre ellos mostraba su belleza en todo su esplendor. En un movimiento, sublime, sensual, ardoroso, se dibujaban todas y cada una de sus curvas. Algo que azotaba los sentidos hasta elevarlos al delirio.
Enfundada en un traje chaqueta azul marino, su ajustada falda tubo se pegaba a sus piernas marcando sus caderas. Contraponiendo el vaivén de estas cada vez que ejecutaba su andar.
Su cuerpo y su pelo la seguían al unisono, como en la composición perfecta de una melodía. Su quebradizo paso se tornó firme y seguro. Nada quedaba de aquella muñeca rota.
Premeditadamente Anaïs se dirigió hacia él, con la intención de pedirle disculpas. Y allí envueltos en aquellas fragancias sus miradas vehementemente se cruzaron, y en ese precioso instante David le dijo:
- No vuelvas a París, vente conmigo a Asturias. Deja que acune tus sueños y ahuyente tus miedos. No preguntes, siente y déjate llevar. Envuélvete en mis pensamientos, absorbe mi deseo. Eso te hará recuperar el ánimo.
Ella le miró fijamente. Sus ojos destelleantes de emoción le sobrecogían. En un suspiro le dijo:
-¡¡Sí!!.
Se abalanzó sobre él y en un efusivo instante unieron sus labios y allí se produjo la perfecta y absoluta comunión entre ellos.
Subieron al avión y tomaron asiento. Nerviosos y ilusionados estuvieron comentando el viaje que iban a realizar.
Ella fue a mostrarle algo que había comprado para compartir con su amante, y de su bolso sacó una caja. Dentro de ella se hallaba un juguete vibrador en forma de huevo junto con un mando.
David le prestó más atención aún. Despertó en él un flamante estado de alteración. Al notarlo Anaïs le tomó de la mano y picarona le hizo seguirla hasta el baño.
Y justo allí, en ese reducido espacio ardientemente se besaron. Sus besos se avivaban, en la medida que estos más se encendían. Sus manos, en un movimiento armonioso seguían el ritmo, encendiendo así un fuego que era incandescente a sus delirios.
En un momento de enajenación el le dió la vuelta y la puso frente al espejo. Las palmas de esta aguantaban la imagen de aquel furtivo encuentro. David deslizó la mano por la entrepierna y trepó hacia arriba, levantando a su paso la falda. Podía notar el abrasador calor que de ella emanaba.
Su mano se humedecía, mientras el pulso de Anaïs se aceleraba. David despertó a la diosa que yacía dormida, sumergiendo sus dedos en su sexo, hasta llegar al fondo. Notando las carnosas y mojadas paredes una y otra vez. Ella contenía el aliento y apretaba sus nalgas contra su mano, equilibrando el movimiento de esta.
Lentamente extrajo sus dedos friccionándolos por toda su vulva, para más tarde introducir en su interior el juguetito. David accionó el mando.
Lo oía vibrar, y disfrutaba viéndola frente al espejo. Deleitándose con cada una de sus lascivas miradas, con cada uno de sus gemidos. Adoraba verla moverse al mismo son que el vibrar del chisme que llevaba en el interior.
Ella se dio la vuelta y colocó a David frente a ella. Lo respaldó contra la pared. Y allí se inclinó y posó sus manos sobre la cremallera de su pantalón, deslizando la punta de sus dedos por su protuberante miembro viril.
Con una sonrisa picarona lentamente fue a bajar la cremallera, liberando a su vez al falo de su prisión. Desponjándolo de las prendas que le oprimían. Lo sujetó con su mano, con un ligero roce notó su palpitar.
Se detuvo para mirarle fijamente. Era una mirada tórrida, juguetona, transparente a las emociones que suscitaba.
Mientras le miraba humedecía sus labios. La respiración de David se entrecortaba. Ansioso deseaba notar esos labios sobre su miembro y ella no se hizo esperar.
Deslizó la punta de su lengua centímetro a centímetro bordeándolo enérgicamente con su mojada saliva, para introducir todo el miembro en su boca acompañándolo en un vigoroso vaivén, haciendo que David se adentrara en un estado de éxtasis.
En ese precioso instante alguien aporreó la puerta del baño, y ellos ensimismados en su mundo unieron sus murmullos en un poderoso e intenso clímax.


viernes, 26 de marzo de 2010

"El renacer de las rosas".



Como todas las mañanas al alba, con las primerizas luces del día, Akemi se dirigía a la lonja de Marbella. Madrugaba mucho para llevarse las mejores piezas. Pese a su juventud, era la propietaria de un opulento y magnífico restaurante japonés en Puerto Banús. Un fuerte aroma llegado de mar adentro, invadía el lugar.
Estuvo observando a los pescadores y cauta, examinó la mercancía que traían y allí, entre gritos y alaridos realizó sus compras. En ellas, unos atunes, un saco de erizos, júreles, un salmón, una caja de langostinos, y otra de gambas de Palamós.
Akemi era española de nacionalidad, pero de adaptadas costumbres niponas. Nacida y criada en la península; su madre andaluza y su padre de Tokio, una eminente combinación entre lo occidental y lo oriental. Algo de lo más extraordinario a la par que exótico.
De lacia melena era morena como el azabache, su piel blanquecina y tersa. Una luz invadía su rostro, su boca era delicada y plena. Sobre sus pómulos, un leve toque de color sonrosado realzaba sus verdes ojos, rasgados como almendras.
Era de complexión reducida. Tenía un cuerpo pequeño, pero mimado en solemnes curvas, delicadas y bien definidas, talmente, parecía exquisita muñeca de porcelana.
Como su nombre indicaba, era brillante y tremendamente hermosa. Reservada, pero con una sonrisa de complicidad que la hacía no romper su sublime encanto.
El restaurante, ubicado en una zona bien privilegiada, disponía de una pequeña recepción en la cual eran atendidos personalmente por Akemi, todos los comensales.
Tras unas plantas de bambú, se hallaba el salón principal, deliberadamente sencillo para no distraer al anfitrión e invitados, tal como manda la tradición en Japón. Unas mesas lacadas en negro, junto a unos sillones de piel blancos y una exquisita vajilla en gris marengo importada exclusivamente de la ciudad de Gión, formaban parte del mobiliario de la sala. Sus paredes revestidas de grandes fotografías en blanco y negro de "El país del origen de sol".
Al fondo, tras unas puertas correderas de madera y papel de arroz, se encontraban los reservados. Eran espacios íntimos, separados de la gran sala.
Disponía de cuatro reservados. En uno de estos, en la pared fronteriza, había un gran cerezo en flor y bajo este, dos geishas. Una representando una fábula clásica y otra tocando el shamisen.
Sobre el tatami, una amplia y baja mesa rectangular de madera de roble rojo. A los lados, unos amplios y confortantes cojines negros y sobre ellos bordadas unas letras kanjis en gris perla.
El local disponía de varios camareros, todos vestían de negro y de entre todos, destacaba ella. Vestía un quimono de seda verde oliva, de mangas sisadas, con motivos florales bordados a mano con hilo de oro. En los laterales, dos aperturas, justo por encima de las rodillas a la altura de los muslos. El pelo, perfectamente recogido en un singular moño. El color del quimono realzaba sus enigmáticos e inescrutables ojos verdes y la seda, se pegaba a su piel dibujando una minuciosa silueta.
Eran las dos pasadas del medio día, Juan y Claudia eran clientes del local y previamente habían llamado para hacer una reserva. Eran una pareja bastante asidua al restaurante. Les encantaba la comida y el trato ofrecido por la anfitriona.
A su llegada, Akemi les hizo una reverencia, inclinado levemente su torso conduciéndoles posteriormente hacia su mesa, que se hallaba justo en uno de los reservados.
De camino, pasaron por el gran salón, justo detrás de ella.
Ambos, admiraban su elegancia y su tenue modo de andar.
Llegados al lugar, les abrió la puerta y les acomodó en la pequeña sala, entregándoles las cartas, sugiriéndoles el plato del día: unos deliciosos makis de salmón y kiwi.
Una vez elegido el menú, les tomó nota y les descorchó una botella de cava "Brut Nature", tal como solicitaron.
Juan, sorprendido por la inesperada comida le preguntó a Claudia:
- dime querida: ¿a que se debe esta cita?.
- Juan, ¿cuantos años llevamos juntos?. Contestó Claudia.
- ¿A que viene ese pregunta, qué sucede?.
- Ni tan siquiera recuerdas cuantos años llevamos juntos.
- Claro que lo recuerdo bizcochito mio, ¡son muchos!.
- Muchos pero exactamente, no sabes cuantos.
- Pero bizcochito, ¿qué más de un año más, un año menos?.
- Me agradaba sumamente que me compararas con un bizcocho. Me gustaba tanto oírtelo decir, era tan dulce...
- Y te lo seguiré diciendo.
- Qué curioso, ahora este pastel me empalaga, incluso me atrevería a decirte que me empacha y se me repite.
Juan cambió el tono de su voz:
- Pero, ¿qué sandeces estas diciendo Claudia?.
- ¿Te has fijado en nuestros mensajes de móvil?. No hay ni un ápice de emoción, y me encantaba recibirlos. Los leía y releía una y otra vez y ahora me contestas con un triste y solitario sí, y eso; ¡si contestas!.
¿Te has fijado en nuestras llamadas, en la calidad de las conversaciones?. Ya no hablamos de hormigas, ni de mariposas que ardientes revolotean. Hace mucho tiempo que ya no soñamos despiertos, ya no volamos más allá como solíamos hacer antaño y sinceramente...
- ¿Qué estas intentando querer decirme, Claudia?.
Ella le miró fijamente y tomó su mano.
- Sinceramente Juan, me siento aferrada al suelo y no me apetece alzar más mis alas batientes para emprender un viaje sin sentido.
- Pero, ¿y todo el amor que sentimos, que pasa con todo eso?, no puede ser cierto nada de lo que me estas diciendo.
- Ya no recuerdo exactamente cuando, ni donde; pero inventé mi amor por ti como un regalo. Lo mantenía vivo en mi, fingiendo quererte. Creo que era una manera bondadosa de expiar mi falta de cariño, pero me percato de que no es más que lástima.
En ese preciso instante entró Akemi con los nigiris de atún, los dejó sobre la mesa. Advertió las caras de los dos, cautelosa y discreta había escuchado parte de la conversación al otro lado de la puerta.
Claudia continuó hablando y Juan cabizbajo, asentía en silencio.
- Dime que no es cierto nada de lo que digo y olvidaremos lo sucedido, pero se sincero y dime que sientes las hormigas trepar por tus muslos, dime que es así, para no sentir lástima; ya no solo de ti, sino de mi; por sentirme la mayor traidora del mundo.
Akemi se fue retirando de la mesa y se quedó justo en la pared debajo del cerezo. Parecía una geisha más en el enorme mural.
- Llevas parte de razón; cierto es que yacen en algún lugar dormidas esas hormigas que erizaban nuestra piel. El trabajo me ha mantenido ocupado, pero podemos despertarlas en cualquier momento, yo, a diferencia de ti no he de inventarme un amor, por que lo que siento sigue latente de pasión.
- ¿Y por qué ya no me tocas?. Despierta a tus hormigas y haz enloquecer a las mías. ¿Por qué no me tiendes sobre esta mesa y me haces tuya?.
En un arrebato ella se desabotono la camisa y le dijo:
- ¡Hazlo ahora!.
Juan levantó la voz:
- ¡Claudia por dios, tápate!, no estamos solos, estamos en un lugar público. Juan dirigió la mirada hacía Akemi y con un gesto pidió disculpas, esta asentó y bajo la cabeza.
- Intento buscar en ti un relámpago que ilumine mis emociones, que le de un atisbo a mi vida y cuanto más me esfuerzo en buscar, más rudimentario y básico me parece tu comportamiento. No creas que me siento orgullosa de tener que fingir todo el tiempo; por eso te digo, que ya no quiero hacerlo más.
- ¡Claudia, no te reconozco!.
- Ese es el problema, quizás no has llegado a conocerme nunca.
Juan se levantó, se calzó los zapatos y se dispuso a irse. Akemi le acompañó a la puerta y allí dejó pagada la cuenta, y nuevamente le pidió disculpas por el deplorable comportamiento de Claudia. Ella le dijo que no debía disculparse, que estas cosas suceden a diario en todas partes.
Akemi volvió al reservado y allí encontró a Claudia llorando, totalmente desalentada.
- Lamento profundamente el numerito. Siento que he perdido diez años de mi vida con un hombre que no ha sabido ver lo que necesito. Yo quiero alguien que mantenga mis ganas de ser niña, que me haga reír, que le devuelva la ilusión a mi vida, que me sorprenda en el día a día. Para mi el amor es arrebato, pasión, obsesión, ímpetu, calidad y; ante todo es valor. Es esa manera tan intrépida de transcurrir el tiempo. Es esa forma tan peligrosa y a la vez tan excitante de tener el corazón abierto y de estar en movimiento ante la vida. ¿Cómo pudo olvidar cuantos años llevamos juntos?.
Akemi se acercó a ella y le dijo:
- Así como llega el gélido invierno y la nieve todo lo cubre con un blanco manto, esperamos ansiosos que llegue a florecer la primavera para que todo vuelva a recobrar vida. El que estemos en una estación cualquiera, depende de nosotros mismos. ¿Recuerdas lo que te conté de la ceremonia del té?.
- Sí claro, me encanta verte hacerlo.
- En japón la ceremonia del té es algo sagrado. Yo aprendí de mis abuelos, y estos de sus antepasados. Antes de proceder a servir el té adornaban el salón con unos motivos florales apodados “chabanas“y; para estos se utilizan flores que sólo viven un día, para así poder subrayar la importancia del ritual.
En el amor es lo mismo, has de renovarte constantemente para no entrar en la dinámica de la rutina, eso lo corrompe todo. "Tal como uno olvida regar las rosas, estas se vuelven marchitas y mueren".
- ¡Eso es!.
- No llores más, todo pasará. No has comido nada.
- No tengo apetito.
Akemi se acercó a secar la lágrimas de Claudia, pudo percibir su aroma. Exhalaba un aura de sensualidad que cualquier hombre hubiera quedado embriagado por su fragancia. Se puso frente a ella, tras secarle las lágrimas pasó a acariciarle la cara levemente.
Acarició su pelo, sus carnosos labios, tomó estos entre los suyos y los besó efusivamente.
- ¡Akemi!. Dijo Claudia.
- ¿Qué le pedías a Juan hace un momento?. ¿No querías que despertará todas tus hormigas, que te tendiera sobre la mesa?. No tengas miedo, te aseguro que ninguna de tus hormigas se quedará dormida, me encargaré de despertarlas a todas, tú solo déjate llevar.
Lentamente fue abriendo su camisa y se la retiró con suma delicadeza, posteriormente bajó la cremallera de su falda dejándola caer al suelo. A la luz quedó su ropa interior. Era un refinado y delicado conjunto de lencería fina, de encaje devorado en color negro; parecía la trama de una araña tejedora. Su sostén transparente dejaba ver la magnitud de sus pechos, y sobre su braguita ribeteada por una puntilla, vislumbraba su secreto y ardiente sexo.
Akemi la rodeó por detrás y la abrazó estrechándola contra su pecho. Los pezones de Claudia endurecieron al notar el tacto frío de la seda sobre su espalda, y Akemi pasó a sujetarlos con entereza. A pesar de su timidez, sabía como debía comportarse.
Retiró todo lo que había en la mesa y posteriormente tendió a Claudia sobre esta. Agarró un cojín y lo colocó bajo su cabeza, peinando a la vez su larga melena rubia. La dejó allí tendida, como a una diosa sobre un altar, y se dispuso a ir a la cocina.
A su vuelta, traía una bandeja con unos makis de salmón, sashimi de dorada junto a un dulce de mil hojas de té con crema de almendras.
Depositó la bandeja sobre el tatami, y se acercó a Claudia. Empezó a besar su rostro, su boca, su cuello y allí, sobre ese pequeño sagrario le dijo:
- Voy a hacer que jamás olvides esta comida.
Frente a ella se despojó de su quimono quedando todo su majestuoso y minúsculo cuerpo al descubierto.
Poco a poco, fue depositando los manjares que había traído sobre Claudia.
Se colocó justo en un extremo de la mesa sobre la cabeza de ella y se dispuso a comer el primer bocado, situado entre su busto.
Al coger la comida, sus pechos quedaron suspendidos en el aire justo encima de la boca de Claudia. Ella engulló su pezón y lo saboreó con intensidad. Akemi acercó un trozo de pescado y de su boca le dio a comer, introduciendo el sushi con su lengua.
Continuó con el ritual, el siguiente bocado estaba justo sobre la puntilla de su braguita. Lo comió y la punta de su lengua se deslizó bordeando todo el encaje.
Sus finos y suaves dedos ascendían sigilosos por su vientre como una pluma liviana al viento hasta llegar a sus pechos. Una vez allí se dispuso a quitarle el sujetador quedando a la vista sus voluptuosos senos, eran como dos grandes flanes exquisitos sobre un sugerente cuerpo de caramelo. Con su lengua lamió la aureola que envolvía el pezón como una isla sedienta de las caricias de la espumosa saliva.
Se incorporó y fue hacia sus piernas, lentamente fue retirando las medias.
Claudia notaba como sus dedos descendían por sus muslos, suspiraba, y su respiración de modo irregular se agitaba. Akemi separó sus piernas y meticulosamente fue retirando su braguita para descubrir su pubis impecablemente rasurado con una fina y delicada línea de bello púbico. Lo acarició con suavidad, tomándose su tiempo. Lo hizo con miramiento y consideradamente introdujo sus dedos, acompañándolos de una suave y delicada caricia. Su goce se expresaba en melódicos y armónicos murmullos. Sacó sus dedos y los introdujo en su boca.
Allí Claudia pudo probar su concentrado sabor. Akemi fue a probar sus carnosos pétalos y pudo saborear su salobre néctar en todo su esplendor, introduciendo su lengua bien adentro.
Podía notar la contracción de sus muslos. Como sus murmullos se tornaban gemidos y estos, intensos y vehementes gritos de placer, en todo su apogeo impregno la cara de Akemi con toda su esencia disfrutando al máximo de aquel instante.
Juan desde la puerta silencioso presenció toda la escena. Sobre aquella mesa, la vio gemir y disfrutar como jamás había logrado él.

viernes, 5 de marzo de 2010

"Inocencia interrumpida".




Me gustaría no tener que relatar esta história, pero esta es la otra cara del placer.
El sexo es algo puro y placentero, aunque hay quien se dedica a volverlo, sórdido y sucio. Laura es una persona anónima que quiso vencer a sus fantasmas plantándolos cara y contando su história. Yo tan sólo soy la interlocutora creadora, que le ha dado forma y contexto a este lamentable suceso.
Un relato desgarrador que por desgracia sufren en silencio, muchas personas de ambos sexos y de toda índole.



Aquella tarde Laura jugaba en el parque con su hermano. Su madre desde el balcón, sigilosa vigilaba a sus retoños.
Era una veraniega y calurosa tarde de agosto. La diminuta y ajustada ropa dibujaba el cuerpo escuálido y sin formas.
Entre juegos y risas, alguien ajeno irrumpió entre los hermanos.
Aquel hombre, advirtió que estaban solos y de su particular inocencia. Astutamente con banales promesas de juegos y divertimentos los cameló. Más tarde los condujo a su casa, aprovechando el fortuito despiste de la madre.
Laura era mayor que Luis y sabía perfectamente que no debía acercarse a aquella casa. Anteriormente ya había sido advertida por sus progenitores. Pero ante el alarde de fantasías y magia que proclamaba aquel hombre, junto a su temprana edad y su candidez, hizo que Laura olvidara todo lo que la rodeaba.
Aquellos niños, expectantes entraron en la casa. Anduvieron un largo y oscuro pasillo hasta llegar a la alcoba, donde con cautela fueron conducidos.
Allí sorprendidos y perplejos, divisaron una majestuosa y envejecida pared, en la cual colgaban cientos de muñecas.
Absorta en la emoción de haber conseguido su triunfo, se vió sin darse cuenta envuelta en unos brazos, que posteriormente la levantaron para más tarde sentarla en su regazo.
Laura agarraba su muñeca con fuerza y miedo. Talmente parecía que la vida le iba en ello. Mientras él, minuciosamente iba desvistiéndola y le mostraba como tocarla.
Aterrada contenía el aliento. Luego bajo su diminuto y liviano cuerpo, notaría el áspero y burdo tacto de aquellas manos deslizándose por toda su piel. Tal cómo había hecho anteriormente con la muñeca.
Su temprana inexperiencia no concebía que estaba ocurriendo, aunque advertía que no era nada saludable.
Más tarde, aquél depravado empezó a desvestirse y a tocarse sus genitales. Posteriormente se precipitó a desabrochar su pantalón.
Aprovechando su torpeza, Laura saltó de su regazo y se apresuró a tomar a su hermano bajo el brazo, y echo a correr.
corrió y corrió, cómo si le fueran a arrebatar la vida. No paró hasta llegar a su casa.
Una vez en casa, al ver a su madre, juró no contar lo sucedido jamás y guardó un riguroso silencio.
Hoy Laura, rompió su silencio contándonos este devastador relato, con el firme propósito de que no nos deje indiferentes.
Laura, tan sólo tenía cuatro años. Aquel fué  el principio de una pesadilla que marcaría su vida.
Ella es hoy madre. Implora día a día que no se repita la historia, y que su hija crezca en una inocencia pura y no tenga que sufrir una interrumpida y dolorosa niñez.

Nuestra protagonista, aún hoy sigue luchando para poder olvidar aquel atroz suceso y poder así, disfrutar de una sexualidad sana y placentera, pese a que haya ocasiones en las que le invada, un halo de suciedad y no deje de sentirse culpable por no haber evitado aquel trágico suceso.




sábado, 27 de febrero de 2010

"Déjame soñar contigo".


El sol, cauteloso empezaba a despuntar en el horizonte, y con él, los primerizos rayos alumbraban la terraza de Marta. Como todas las manañas, Marta adormecida, seguía un cotidiano ritual. Se levantaba. Iba al baño, lavaba su cara y preparaba el desayuno. Un significativo e intenso aroma a café recorría la casa. Preparó su cafe con leche, agarró la taza y se dispusó a salir a la terraza a contemplar aquella preciosa y cálida mañana.

Era una amplía terraza, llena de jardineras, y en estas, cientos de florecillas despuntaban y empezaban a ver la luz. Dejó la taza sobre una mesa que había en la terraza, y se arrimó al muro. Una suave brisa peino su pelo. Cogió aire y alzó sus brazos para estirarse, y gritó: ¡buenos días Salamanca!.
Marta tenía 38 años, era ponente en la universidad de Salamanca e impartía clases de derecho allí. Llevaba siete años en la ciudad pero ella era canaria, de la isla de Tenerife. Tenía un dulce acento tinerfeño al hablar, que así la delataba.
Se sentó junto a la mesa y se dispusó a pintarse las uñas de los pies. Tenía un pie en el suelo y otro justo sobre la silla. Con una mano sostenía su rodilla y con la otra coloreaba sus uñas, tranquilamente, sin prisas, pués esa manana no tenía clases.
De fondo, la evocadora y sugestiva voz de "Sade". Ni por un instante, sospechaba que sigilosa en sus movimientos, estos, estaban siendo observados por su vecino.
Iván salió a fumar y discreto, se quedó entre sus plantas al verla a ella. Él era unos años menor que ella, compartía piso y era estudiante de arquitectura. Ambos tenían en común que eran dos extranos en una bella ciudad. Él era de Vigo; y como buen amante del arte, adoraba la belleza que Marta proclamaba.
La observaba en el ascensor, la veía llegar a casa, cargada de libros, con paso liviano. Parecía un angel en nubes de algodón. La contemplaba leer en la terraza, regar y mimar con delicadeza sus plantas, pero como más la admiraba, era tal cual estaba en ese instante. Recién levantada, con el pelo enmarañado y la cara lavada. Con esa camiseta blanca de tirantes anchos y las piernas totalmente desnudas.
En su figura al tras luz, pudo percatarse de que no llevaba sujetador, y que la camiseta desgastada y vieja, justo tapaba un coulotte que él pudo divisar en el precioso instante en el que ella se estiraba y le daba los buenos días a Salamanca. Era un coulotte blanco, de algodón. A los lados, llevaba dos finas tiras de raso rosa, y al final de estas, exactamente sobre sus muslos, unos pequeños lacitos. Uno a cada lado. Algo sutil y sencillo. Sin pretensiones, tal como era Marta.
Una chica risueña, sencilla y humilde. Iván la veía como algo inalcanzable a sus pensamientos, pero no por ello, dejaba de pensar en ella, de desearla para sí mismo. Era castaña, y bajo el sol unos rojizos reflejos alumbraban su lacia melena. Tenia una piel morena, color canela. Una piel mimada por el sol. Sus ojos eran de un marrón pardo. Enigmáticos y felinos, dependiendo de la luz, se tornaban oscuros, misteriosos, negros, como la fría y eclipsada noche. Tenía una mirada incandescente, que te absorbía con ella. Sus labios eran voluminosos, apetitosos, tiernos. Su rostro, era limpio, reluciente, puro. Despertaba un halo irisado de luz a su alrededor, era como una ensoñacion. Su cara de angel, su alma tenía presa. Ella terminó de pintar sus uñas y entró de nuevo en la casa.
Iván en cuestión de segundos paso de la delicia de deleitarse con su presencia, al tormento de su ausencia. Así, sin pensar, decidió ir a su casa, con el pretexto de llevarla unas cartas que el cartero, por equivocación dejó en su buzón.
Él no era demasiado alto, era un chico desaliñado y descuidado. Vestía bastante hippie. Su pelo era ondulado, moreno, escalado y ligeramente le cubría los hombros. De piel blanquecina, tersa y muy fina y con unos ojos color miel, que le daban un aire cándido y angelical.
Ella inocentemente abrió la puerta sin pensar, pués esperaba la visita de una amiga. Marta perpleja y aturdida intento taparse, estirando hacía abajo la camiseta. Pero, cuanto más intentaba taparse, más expectante se mostraba Iván, pués no se percataba que al bajar su vieja y desgastada camiseta, está, más se pegaba a sus pechos, esplendorosos, redondos y firmes. Eso la hacía más insinuante y fascinante.
Las pupilas de Iván se dilatarón, el pulso se le aceleraba. Se hallaba tembloroso, agitado y sobresaltado, apenas podía sostener las cartas en su mano. Marta al percatarse, cerró la puerta y tomó las manos de él para cogerle las cartas. Corrió a ponerse un pantalón corto de deporte y agradecida, invitó a Iván a tomar un café.
Pasaron a la cocina y allí, se dispusó a preparar el café. Entablaron una conversación sobre las casualidades de ser dos almas insólitas en una ciudad encantadora.
Marta sacó la leche de la nevera y tomó un sorbo, directamente del tetra brick. Se sentía observada; y eso le gustaba. Una ligera sonrisa se dibujo en su rostro y con ella unos hoyuelos picarones se marcarón en sus mejillas. Al reír, la leche emergió de su boca y se le escapó por la comisura de sus labios, cayendo por su barbilla, por su cuello, y empapando su camiseta.
Está, se pegó a sus pechos, como una segunda piel y de repente, un frío recorrió su espalda y en ese precioso instante sus pechos se tornaron tiesos y puntiagudos.
La cafetera sonaba, el café hirviente ya había subido, al igual que ardorosa subió la temperatura de Iván. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Ella expectante le miraba y él se acerco a ella, le retiró el pelo de la nuca y un dulce olor a agua de rosas le invadió; y pasó a susurrarle al oído: "dejamé que mis manos rocen tu cuerpo. Dejamé soñar contigo". Ella se estremeció y le besó. Fue un beso intenso y apasionado. Sus besos eran dulces, explosivos, insólitos. Sabían a ambrosía.
Él, enajenado y abstraído por ella, la agarró por sus nalgas y la posó sobre la pica de la cocina. Allí se desprendio del pantalón y directo, fue a abrir el grifo del agua fría. Marta tenía el chorro de agua justo detrás; y el agua mojaba parte de su espalda y se introducía entre las cachas de su glúteo, prieto y respingón. Él mojo su mano, y mojada, paso la mano por su cara e introdujo sus dedos dentro de su boca. Marta saco su lengua. Los relamía y los mordisqueaba. Iván llenó un vaso de agua, y lo dejó caer sobre la camiseta y sobre el coulotte, pegandose más sus pechos a esta, y a la luz se divisaba una pequeña linea de bello sobre su pubis. Absortó se quedó Iván al ver la belleza de semejante criatura en todo su esplendor.
Posteriormente la alzó y la tendió sobre la mesa, como a una diosa sobre un altar. Entre un acto de veneración y otro de reclamo sigiloso y cauteloso fué retirando su camiseta, y trás ella el coulotte, contraponiendo un ritual pudoroso, con uno de ostensible carnalidad. A la luz quedó todo su majestuoso cuerpo desnudo. Minucioso, se dispuso a ejecutar un acto de tono orgiástico.
Y allí encima, sobre aquel improvisado sagrario, Iván pasó a besar sus pies, y a lamer con delicadeza sus dedos y las uñas color vino que con tanto esmero había pintado ella. Marta, despertó sus más intimos sentidos y los elevó en una oración al infinito; y rebosante de excitación dejó ir un fuerte espasmo que traspasó la cocina, alcanzando a Iván. Su respiración, empezó a entrecortase y sus muslos a contraerse. Su lengua siguió ascendiendo por su pantorrilla. Se detuvo un pequeno instante y flexionó su pierna para lamer el interior de la rodilla. Continuó trepando con minúsculos besos. Recorrio todo su muslo, y justó en su ingle se detuvó y la miró fijamente.
Ella en silencio, con una mirada deleitosa y consternada le pidió que no se detuviera. Él sonrió y con atrevimiento, posó sus manos sobre su sexo, acariciandolo. Se incorporó y la besó con brio y impetu. Pequeños besos recorrían su cuello, deslizando sus manos por sus firmes y voluptuosos pechos, para paladearlos, degustarlos y relamerlos. Se incorporó y fue directo a la nevera.
Sacó una bandeja de fresas, y tomó una. Empezó a mordisquearla, y ella a la vez expectante mordisqueaba sus labios. Tomó otra y la empezó a deslizarla por su nariz, por su boca. Ella la lamía ansiosa. Iván podía notar la efusiva efervescencia de ella, así que prosiguió y deslizó la fresa por su vientre. Marta notó el contraste frío de la fresa sobre su ombligo. Disipose rapidamente con el candente contacto de su piel. Lentamente fué descendiendo la fresa y la introdujo justo en sus entrañas, y de allí, directamente, la tomó Iván y se la comió, junto a su concentrada esencia.
Ella gemía loca de placer, y contraía sus muslos contra la cara de él. Iván se unió a ella y levanto su torso. Su cara estaba bañada por sus salobreños fluidos.
La agarró por los muslos y la arrastro firmementen hacía él. Sus nalgas se deslizarón por toda la mesa para encajar su cadera con la pelbis de él. Y allí sobre aquel retablo, la poseyo; y gozó de ese momento, notando como las manos de Marta apretaban fuertemente sus cachas y las arrimaba hacía dentro suyo. El gemía y ella gritaba. Un gritó efusivo, tan fuerte, que todos los vecinos del deslunado fueron participes de tal exaltación.

sábado, 20 de febrero de 2010

"Cantos de sirenas".

Mientras terminaba de subir el café, Eneas remataba con esmero su trabajo. Estaba eligiendo cual de sus obras vería la luz, pues iba a ser partícipe de una exposición de arte en una galería de A Coruña.

Lo disponía todo para salir. Dio el último sorbo a su café y cargó los cuadros en el coche.
Eneas vivía a diez minutos de A Coruña, en un entorno paisajístico en Da Costa da Morte, un acogedor pueblo lleno de espacios abiertos y salvajes, justo enfrente de la torre Hércules y custodiado por O Seixo Branco. Sus calles frías y solitarias en invierno eran habitadas por gentes que en mayor parte vivían de la mar. Gente desconfiada al tacto pero de gran corazón y nobleza.

Mera, disponía de preciosas y amplias playas de arena blanca y fina. Vivía justo al finalizar el paseo nuevo, en un antiguo pazo con grandes ventanales de madera blanca, techos altos y resonantes y las paredes vestidas por sus obras.
En su jardín, arboles centenarios, suelos de piedras esculpidas y un enorme portal que daba justo al mar infinito. En la segunda planta se hallaba su estudio, desde él, se divisaban los dos faros al unísono.
Eneas, era un bohemio loco, vivía de su arte, de sus cuadros, de su imaginación audaz, tenía la capacidad de introducirte en sus obras llenas de fragilidad con un liviano toque de aversión. Pasaba la mayor parte de su tiempo recluido en el pazo. Era una persona ermitaña de complexión normal, más bien fuerte, pues en múltilples ocasiones salía a faenar con su familia. Tenía unos 35 años, cabellera castaña rizada, piel blanca y anacarada, de descomunales y verdosos ojos, misteriosos y enigmáticos como él. Sus labios, gruesos y cortados delataban el azote constante del viento frío.
Vestía bastante casual; unos vaqueros desgastados y una camiseta de algodón solía ser su indumentaria habitual.
Llegó a la ciudad y fue directo a la galería, allí le estaban esperando. Estuvieron comentando sus obras y la del resto de artistas y después de haberlo supervisado todo decidió volver a casa. De camino, paró en un tienda de pinturas y compró algunos lienzos y pinturas que le hacían falta.
Era medio día y de regreso a Mera aprovecho para dar una vuelta por la playa.
Sentía verdadera atracción por la mar, no en balde lo llevaba en los genes. Era descendiente de pescadores, sus abuelos, sus tíos, su padre; para él, la mar era su enamorada, su amada, su amor imposible. No pasaba ni un sólo día que él no bajara a la playa y disfrutara de su compañía.
Empezó a pasear y en unas rocas vio sentada un hermosa mujer. La vio triste, abatida y cabizbaja, Eneas se acercó y le preguntó si se encontraba bien, ella con un gesto contestó y le apartó. Él insistió y le dijo que su casa estaba a pie de playa, si le necesitaba, tan sólo tenía que ir en su busca. Ella no contestó y continuó llorando. Lentamente fue apartándose, fijando la vista atrás por si necesitaba de su ayuda.
Al llegar a casa subió al estudio, guardó sus nuevas pinturas y los lienzos. Colocó uno de ellos en el caballete e intentó pintar algo, pero por más que lo intentaba no podía olvidar aquella mujer.
Se asomó a la ventara y tras esta, remolinos de viento acuático convertidos en brisa de mar empañaban sus cristales.
Anduvo buscando a la chica, sentía fascinación y curiosidad por ella; y allí la halló. Seguía sentada en la misma roca, en la misma posición, apenas se había movido.
Eneas últimamente, andaba falto de imaginación y verla allí tan sola, tan frágil y desprotegida le inspiró ternura y dulzura, así que quiso plasmarla en uno de sus lienzos. Se apresuró por su caballete y sus pinturas y extasiado comenzó a pintar sin parar.
Poco a poco iba descendiendo el sol, empezó a soplar viento del suroeste, esté a su paso iba peinando las olas. El día se encapotaba y templado marcaba un gris azulado al caer. En silencio, llegó la noche, sigilosa, tenue y de sus nubes surgía un orballo que todo lo humedecía.
Abrió la ventana y asomó su torso. Minuciosa caía la lluvia, refrescándole levemente. Una alegre sensación mojaba su cara acompañada de salitre, de olor a algas traídas de mar adentro.
Alzó la vista y miró a las rocas, con mirada sedienta buscaba su presencia, más no la halló. Desesperado decidió bajar a la playa y allí la vio, tendida en la arena, las olas mecían su cuerpo mar adentro.
Corrió a socorrerla cuál marinero al canto de una sirena. Su cuerpo estaba empapado, su piel gélida y sus labios amoratados. La alzó en sus brazos y a prisa la llevó a casa.
Al llegar la recostó en un sofá, y se apresuró a prender la chimenea. Improvisó un colchón de cojines frente a la lumbre y allí, quito le sus vestimentas mojadas. La tendió y la arropó con una manta para que entrara en calor.
Era morena, de larga melena, delgada pero con curvas bien definidas. Ojos azules e intensos como la mar, lucía unas largas y pobladas pestañas. Sus labios carnosos, hacían casi imposible no besarla.
Fue a la cocina a por una taza de caldo caliente y se la arrimó a la boca. Poco a poco fue volviendo en sí. Eneas, se acercó a ella le retiró el cabello y le susurró algo:
- ¿ cómo os llamáis bella sirena ?.
Ella asustada se apartó; y él le dijo:
- no temais, tan sólo deseo plasmar vuestra belleza en uno de mis lienzos, dejadme que os pinte.
Ella se incorporó y se apresuró a coger sus vestimentas mojadas, se vistió a prisa y salió de la casa.
Echó a correr, como alma que lleva el diablo.
Eneas asombrado se quedó inmóvil, se dispuso a cerrar la puerta, cuando una fuerza ajena a él se lo impidió. Era ella, haciendo presión para entrar. Ambos se quedaron mirándose fijamente, entonces se oyó su voz:
- Eva, me llamo Eva.
Pasó justo delante de la chimenea y frente al asombro de Eneas se destapó, quedando su voluptuoso cuerpo desnudo a la luz, con delicadeza se tendió sobre los cojines. La lumbre iluminaba sus formas y las sombreaba.
Eneas fue por su caballete y sus pinturas y empezó a dibujar su irisada silueta. Pintó y pintó, ella picarona sonreía y; expectante le miraba. Era una mirada que hechizaba los sentidos, cautivadora y seductora. Dejó de pintar y se acerco a ella.
Posó su mano sobre la paleta y sus dedos tomaron forma de pincel y los posó sobre sus pechos. Eran unos pechos suaves y firmes, retaban a la gravedad. Sobre su satinada piel deslizaba sus dedos hasta llegar a su vientre. Encima de su cuerpo destellaba un majestuoso arco iris de colores.
Cosquilleos recorrían el cuerpo de Eva, él besó su vientre, sus muslos y la encantadora sirena alivió su sed con su néctar. Unieron sus cuerpos, sus movimientos rimaban al mismo son.
Sonaron epítetos que plácidamente se tornaron gemidos y justó en ese instante cruzaron los límites de lo terrenal y ambos, se entregaron al deleite y disfrute del momento.