viernes, 26 de marzo de 2010
"El renacer de las rosas".
Como todas las mañanas al alba, con las primerizas luces del día, Akemi se dirigía a la lonja de Marbella. Madrugaba mucho para llevarse las mejores piezas. Pese a su juventud, era la propietaria de un opulento y magnífico restaurante japonés en Puerto Banús. Un fuerte aroma llegado de mar adentro, invadía el lugar.
Estuvo observando a los pescadores y cauta, examinó la mercancía que traían y allí, entre gritos y alaridos realizó sus compras. En ellas, unos atunes, un saco de erizos, júreles, un salmón, una caja de langostinos, y otra de gambas de Palamós.
Akemi era española de nacionalidad, pero de adaptadas costumbres niponas. Nacida y criada en la península; su madre andaluza y su padre de Tokio, una eminente combinación entre lo occidental y lo oriental. Algo de lo más extraordinario a la par que exótico.
De lacia melena era morena como el azabache, su piel blanquecina y tersa. Una luz invadía su rostro, su boca era delicada y plena. Sobre sus pómulos, un leve toque de color sonrosado realzaba sus verdes ojos, rasgados como almendras.
Era de complexión reducida. Tenía un cuerpo pequeño, pero mimado en solemnes curvas, delicadas y bien definidas, talmente, parecía exquisita muñeca de porcelana.
Como su nombre indicaba, era brillante y tremendamente hermosa. Reservada, pero con una sonrisa de complicidad que la hacía no romper su sublime encanto.
El restaurante, ubicado en una zona bien privilegiada, disponía de una pequeña recepción en la cual eran atendidos personalmente por Akemi, todos los comensales.
Tras unas plantas de bambú, se hallaba el salón principal, deliberadamente sencillo para no distraer al anfitrión e invitados, tal como manda la tradición en Japón. Unas mesas lacadas en negro, junto a unos sillones de piel blancos y una exquisita vajilla en gris marengo importada exclusivamente de la ciudad de Gión, formaban parte del mobiliario de la sala. Sus paredes revestidas de grandes fotografías en blanco y negro de "El país del origen de sol".
Al fondo, tras unas puertas correderas de madera y papel de arroz, se encontraban los reservados. Eran espacios íntimos, separados de la gran sala.
Disponía de cuatro reservados. En uno de estos, en la pared fronteriza, había un gran cerezo en flor y bajo este, dos geishas. Una representando una fábula clásica y otra tocando el shamisen.
Sobre el tatami, una amplia y baja mesa rectangular de madera de roble rojo. A los lados, unos amplios y confortantes cojines negros y sobre ellos bordadas unas letras kanjis en gris perla.
El local disponía de varios camareros, todos vestían de negro y de entre todos, destacaba ella. Vestía un quimono de seda verde oliva, de mangas sisadas, con motivos florales bordados a mano con hilo de oro. En los laterales, dos aperturas, justo por encima de las rodillas a la altura de los muslos. El pelo, perfectamente recogido en un singular moño. El color del quimono realzaba sus enigmáticos e inescrutables ojos verdes y la seda, se pegaba a su piel dibujando una minuciosa silueta.
Eran las dos pasadas del medio día, Juan y Claudia eran clientes del local y previamente habían llamado para hacer una reserva. Eran una pareja bastante asidua al restaurante. Les encantaba la comida y el trato ofrecido por la anfitriona.
A su llegada, Akemi les hizo una reverencia, inclinado levemente su torso conduciéndoles posteriormente hacia su mesa, que se hallaba justo en uno de los reservados.
De camino, pasaron por el gran salón, justo detrás de ella.
Ambos, admiraban su elegancia y su tenue modo de andar.
Llegados al lugar, les abrió la puerta y les acomodó en la pequeña sala, entregándoles las cartas, sugiriéndoles el plato del día: unos deliciosos makis de salmón y kiwi.
Una vez elegido el menú, les tomó nota y les descorchó una botella de cava "Brut Nature", tal como solicitaron.
Juan, sorprendido por la inesperada comida le preguntó a Claudia:
- dime querida: ¿a que se debe esta cita?.
- Juan, ¿cuantos años llevamos juntos?. Contestó Claudia.
- ¿A que viene ese pregunta, qué sucede?.
- Ni tan siquiera recuerdas cuantos años llevamos juntos.
- Claro que lo recuerdo bizcochito mio, ¡son muchos!.
- Muchos pero exactamente, no sabes cuantos.
- Pero bizcochito, ¿qué más de un año más, un año menos?.
- Me agradaba sumamente que me compararas con un bizcocho. Me gustaba tanto oírtelo decir, era tan dulce...
- Y te lo seguiré diciendo.
- Qué curioso, ahora este pastel me empalaga, incluso me atrevería a decirte que me empacha y se me repite.
Juan cambió el tono de su voz:
- Pero, ¿qué sandeces estas diciendo Claudia?.
- ¿Te has fijado en nuestros mensajes de móvil?. No hay ni un ápice de emoción, y me encantaba recibirlos. Los leía y releía una y otra vez y ahora me contestas con un triste y solitario sí, y eso; ¡si contestas!.
¿Te has fijado en nuestras llamadas, en la calidad de las conversaciones?. Ya no hablamos de hormigas, ni de mariposas que ardientes revolotean. Hace mucho tiempo que ya no soñamos despiertos, ya no volamos más allá como solíamos hacer antaño y sinceramente...
- ¿Qué estas intentando querer decirme, Claudia?.
Ella le miró fijamente y tomó su mano.
- Sinceramente Juan, me siento aferrada al suelo y no me apetece alzar más mis alas batientes para emprender un viaje sin sentido.
- Pero, ¿y todo el amor que sentimos, que pasa con todo eso?, no puede ser cierto nada de lo que me estas diciendo.
- Ya no recuerdo exactamente cuando, ni donde; pero inventé mi amor por ti como un regalo. Lo mantenía vivo en mi, fingiendo quererte. Creo que era una manera bondadosa de expiar mi falta de cariño, pero me percato de que no es más que lástima.
En ese preciso instante entró Akemi con los nigiris de atún, los dejó sobre la mesa. Advertió las caras de los dos, cautelosa y discreta había escuchado parte de la conversación al otro lado de la puerta.
Claudia continuó hablando y Juan cabizbajo, asentía en silencio.
- Dime que no es cierto nada de lo que digo y olvidaremos lo sucedido, pero se sincero y dime que sientes las hormigas trepar por tus muslos, dime que es así, para no sentir lástima; ya no solo de ti, sino de mi; por sentirme la mayor traidora del mundo.
Akemi se fue retirando de la mesa y se quedó justo en la pared debajo del cerezo. Parecía una geisha más en el enorme mural.
- Llevas parte de razón; cierto es que yacen en algún lugar dormidas esas hormigas que erizaban nuestra piel. El trabajo me ha mantenido ocupado, pero podemos despertarlas en cualquier momento, yo, a diferencia de ti no he de inventarme un amor, por que lo que siento sigue latente de pasión.
- ¿Y por qué ya no me tocas?. Despierta a tus hormigas y haz enloquecer a las mías. ¿Por qué no me tiendes sobre esta mesa y me haces tuya?.
En un arrebato ella se desabotono la camisa y le dijo:
- ¡Hazlo ahora!.
Juan levantó la voz:
- ¡Claudia por dios, tápate!, no estamos solos, estamos en un lugar público. Juan dirigió la mirada hacía Akemi y con un gesto pidió disculpas, esta asentó y bajo la cabeza.
- Intento buscar en ti un relámpago que ilumine mis emociones, que le de un atisbo a mi vida y cuanto más me esfuerzo en buscar, más rudimentario y básico me parece tu comportamiento. No creas que me siento orgullosa de tener que fingir todo el tiempo; por eso te digo, que ya no quiero hacerlo más.
- ¡Claudia, no te reconozco!.
- Ese es el problema, quizás no has llegado a conocerme nunca.
Juan se levantó, se calzó los zapatos y se dispuso a irse. Akemi le acompañó a la puerta y allí dejó pagada la cuenta, y nuevamente le pidió disculpas por el deplorable comportamiento de Claudia. Ella le dijo que no debía disculparse, que estas cosas suceden a diario en todas partes.
Akemi volvió al reservado y allí encontró a Claudia llorando, totalmente desalentada.
- Lamento profundamente el numerito. Siento que he perdido diez años de mi vida con un hombre que no ha sabido ver lo que necesito. Yo quiero alguien que mantenga mis ganas de ser niña, que me haga reír, que le devuelva la ilusión a mi vida, que me sorprenda en el día a día. Para mi el amor es arrebato, pasión, obsesión, ímpetu, calidad y; ante todo es valor. Es esa manera tan intrépida de transcurrir el tiempo. Es esa forma tan peligrosa y a la vez tan excitante de tener el corazón abierto y de estar en movimiento ante la vida. ¿Cómo pudo olvidar cuantos años llevamos juntos?.
Akemi se acercó a ella y le dijo:
- Así como llega el gélido invierno y la nieve todo lo cubre con un blanco manto, esperamos ansiosos que llegue a florecer la primavera para que todo vuelva a recobrar vida. El que estemos en una estación cualquiera, depende de nosotros mismos. ¿Recuerdas lo que te conté de la ceremonia del té?.
- Sí claro, me encanta verte hacerlo.
- En japón la ceremonia del té es algo sagrado. Yo aprendí de mis abuelos, y estos de sus antepasados. Antes de proceder a servir el té adornaban el salón con unos motivos florales apodados “chabanas“y; para estos se utilizan flores que sólo viven un día, para así poder subrayar la importancia del ritual.
En el amor es lo mismo, has de renovarte constantemente para no entrar en la dinámica de la rutina, eso lo corrompe todo. "Tal como uno olvida regar las rosas, estas se vuelven marchitas y mueren".
- ¡Eso es!.
- No llores más, todo pasará. No has comido nada.
- No tengo apetito.
Akemi se acercó a secar la lágrimas de Claudia, pudo percibir su aroma. Exhalaba un aura de sensualidad que cualquier hombre hubiera quedado embriagado por su fragancia. Se puso frente a ella, tras secarle las lágrimas pasó a acariciarle la cara levemente.
Acarició su pelo, sus carnosos labios, tomó estos entre los suyos y los besó efusivamente.
- ¡Akemi!. Dijo Claudia.
- ¿Qué le pedías a Juan hace un momento?. ¿No querías que despertará todas tus hormigas, que te tendiera sobre la mesa?. No tengas miedo, te aseguro que ninguna de tus hormigas se quedará dormida, me encargaré de despertarlas a todas, tú solo déjate llevar.
Lentamente fue abriendo su camisa y se la retiró con suma delicadeza, posteriormente bajó la cremallera de su falda dejándola caer al suelo. A la luz quedó su ropa interior. Era un refinado y delicado conjunto de lencería fina, de encaje devorado en color negro; parecía la trama de una araña tejedora. Su sostén transparente dejaba ver la magnitud de sus pechos, y sobre su braguita ribeteada por una puntilla, vislumbraba su secreto y ardiente sexo.
Akemi la rodeó por detrás y la abrazó estrechándola contra su pecho. Los pezones de Claudia endurecieron al notar el tacto frío de la seda sobre su espalda, y Akemi pasó a sujetarlos con entereza. A pesar de su timidez, sabía como debía comportarse.
Retiró todo lo que había en la mesa y posteriormente tendió a Claudia sobre esta. Agarró un cojín y lo colocó bajo su cabeza, peinando a la vez su larga melena rubia. La dejó allí tendida, como a una diosa sobre un altar, y se dispuso a ir a la cocina.
A su vuelta, traía una bandeja con unos makis de salmón, sashimi de dorada junto a un dulce de mil hojas de té con crema de almendras.
Depositó la bandeja sobre el tatami, y se acercó a Claudia. Empezó a besar su rostro, su boca, su cuello y allí, sobre ese pequeño sagrario le dijo:
- Voy a hacer que jamás olvides esta comida.
Frente a ella se despojó de su quimono quedando todo su majestuoso y minúsculo cuerpo al descubierto.
Poco a poco, fue depositando los manjares que había traído sobre Claudia.
Se colocó justo en un extremo de la mesa sobre la cabeza de ella y se dispuso a comer el primer bocado, situado entre su busto.
Al coger la comida, sus pechos quedaron suspendidos en el aire justo encima de la boca de Claudia. Ella engulló su pezón y lo saboreó con intensidad. Akemi acercó un trozo de pescado y de su boca le dio a comer, introduciendo el sushi con su lengua.
Continuó con el ritual, el siguiente bocado estaba justo sobre la puntilla de su braguita. Lo comió y la punta de su lengua se deslizó bordeando todo el encaje.
Sus finos y suaves dedos ascendían sigilosos por su vientre como una pluma liviana al viento hasta llegar a sus pechos. Una vez allí se dispuso a quitarle el sujetador quedando a la vista sus voluptuosos senos, eran como dos grandes flanes exquisitos sobre un sugerente cuerpo de caramelo. Con su lengua lamió la aureola que envolvía el pezón como una isla sedienta de las caricias de la espumosa saliva.
Se incorporó y fue hacia sus piernas, lentamente fue retirando las medias.
Claudia notaba como sus dedos descendían por sus muslos, suspiraba, y su respiración de modo irregular se agitaba. Akemi separó sus piernas y meticulosamente fue retirando su braguita para descubrir su pubis impecablemente rasurado con una fina y delicada línea de bello púbico. Lo acarició con suavidad, tomándose su tiempo. Lo hizo con miramiento y consideradamente introdujo sus dedos, acompañándolos de una suave y delicada caricia. Su goce se expresaba en melódicos y armónicos murmullos. Sacó sus dedos y los introdujo en su boca.
Allí Claudia pudo probar su concentrado sabor. Akemi fue a probar sus carnosos pétalos y pudo saborear su salobre néctar en todo su esplendor, introduciendo su lengua bien adentro.
Podía notar la contracción de sus muslos. Como sus murmullos se tornaban gemidos y estos, intensos y vehementes gritos de placer, en todo su apogeo impregno la cara de Akemi con toda su esencia disfrutando al máximo de aquel instante.
Juan desde la puerta silencioso presenció toda la escena. Sobre aquella mesa, la vio gemir y disfrutar como jamás había logrado él.
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Anais, en este relato con esos diálogos tan acertados, das una visión muy real de muchas parejas encerradas en el costumbrismo de los años.
ResponderEliminarFrases como "Quizás no has llegado a conocerme nunca" hacen plantearse de verdad si no nos encogería el Alma que nuestra pareja estuviese convencida de esa idea.
"Así como uno olvida regar las rosas, estas se vuelven marchitas y mueren".
Así es el Amor, más que la Vida en sí misma.
Enhorabuena, Anais, por dejar traslucir tu sensibilidad poética y por mejorar relato a relato.
Puedo verlas, Claudia notando en su repentina desnudez, con la piel erizada aún por el frío y la sorpresa, como el pequeño cuerpo de Akime se apretaba en su espalda, notando sus pecho y sus muslos tras la suavidad de la seda. La seda entre ellas dos, en el abrazo se desliza, en una caricia que abarca todo su cuerpo... Puedo ver la boca entreabierta de Claudia, extasiada casi sin respiración la rodeó por detrás y la abrazó estrechándola contra su pecho. Puedo verlas, Claudia notando en su repentina desnudez, con la piel erizada aún por el frío y la sorpresa, como el pequeño cuerpo de Akime se apretaba en su espalda, notando sus pecho y sus muslos tras la suavidad de la seda. La seda entre ellas dos, en el abrazo se desliza, en una caricia que abarca todo su cuerpo... Puedo ver la boca entreabierta de Claudia, extasiada casi sin respiración y no es de extrañar, la enigmática figura que describes de Akime es atrayente sólo a través de tu descripción, Anais ¿cómo no iba a serlo para Claudia que la sentía sobre su cuerpo?
ResponderEliminarNo puedo evitar sentirme como Juan, la pareja de Claudia, testigo ansioso por sentir también el contacto de ellas en su cuerpo, pero petrificado por tanta belleza ante sus ojos, con una excitación a punto de estallar, Anaïs
Arcano
Hola, Olga.
ResponderEliminarEste relato tuyo creo que ya lo había leído.
Lo he leído otra vez y me gusta más.
Un abrazo.
te superas!!....es total la descripcion dl lugar y los detalles muy cuidados.la relacion d la pareja es tan actual, la rutina se apodera arrasando con todo....y en un entorno oriental k lo hace muy exotico...animo y sigue regalandonos joyas asi...besos
ResponderEliminaruff petite,me ha encNTADO,DE HECHO ME HA EMOCIONADO, ME HE VISTO A MI EN LOS COMENTARIOS DE CLAUDIA Y JUAN Y, EL FINAL ESTREMECEDOR,TE SUPERAS CADA DIA, Y ENVUELVES EL ARTE DEL SEXO DE UNA MANERA MAJESTUOSA.ANIMO AMIGA,SIGUE ESCRIBIENDO ESTOS RELATOS, NOS ENVUELVES EN ELLOS...
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