domingo, 18 de abril de 2010
"Esencia de una melodía".
Madrugando en Francia y anocheciendo en España, andaba batallando a saltos entre un país y otro, Anaïs.
Su vida era un ir y venir constante. Viajes acelerados, noches de hotel y sobre todo muchas horas de vuelo.
Trabajaba para una compañía de aerolíneas francesa.
Era martes y tuvo que hacer noche en Tarragona, púes su ruta aérea pautada era Paris - Reus. Allí la esperaba su amante, un ejecutivo y apuesto padre de família.
Solían quedar en un distinguido restaurante con piano bar.
Aquella noche ella llego antes, y mientras esperaba, se sentó en la barra. Pidió un margarita y se deleitó escuchando las piezas que con suma delicadeza tocaba el pianista.
David era un virtuoso del piano. Era asturiano, de Avilés. Su complexión normal. Lustrosa cabellera negra y labios gruesos de sonrisa risueña. Una nítida y profunda mirada, tras unos penetrantes ojos azules. Era inteligente, sensitivo, buen conversador y tremendamente atractivo. Sus seductoras formas con las mujeres le delataban.
De fondo se oía una melodía, cuando el teléfono de Anaïs sonó. Era él. Esa noche no podía acudir, su mujer requería de su presencia.
Ella enojada colgó el teléfono. Se bebió de un trago el margarita y acto seguido pidió otro. En un momento de evasion y de desconexión, aturdida por las primeras copas y en el involuntario acto de abstenerse de cenar, prosiguió bebiendo.
Se levantó del taburete y se dirigió hacia David. Sus piernas le flojeaban, apenas podía tenerse sobre sus tacones, pues el espíritu del alcohol la adentro a un estado de embriaguez.
Apenas quedaba gente en el local, él le hizo un hueco en su banqueta y la dejó sentar a su lado. David la observaba en silencio, mientras deslizaba sus dedos sobre las teclas del piano.
Contemplaba su desalentado estado. Divisaba sus ojos empañados y en estos se reflejaba la furia de sus sensaciones.
Una vez secó sus lágrimas pasó de ser observada a observadora.
Ella contemplaba sus largos dedos. Los veía sobre el piano. Admiraba como lo mimaba y con que sutileza lo hacía sonar. Deseaba sentirse amada, tal como amaba David su música.
Cerró por un instante los ojos y deseo notar esas manos recorriendo su cuerpo y mordisqueo su labio inferior mientras lo imaginaba.
Al abrir los ojos y verle allí, ella le contó su historia de amor.
Dos aves fugaces que se encuentran furtivamente entre un lado y otro del mapa. Intentaba convencerle de las conveniencias de seguir con un hombre casado.
Repentinamente David dejó de tocar el piano. La miró a los ojos, y con voz profunda le dijo:
- ¡Anaïs!, eso no es amor. Eres el pasatiempo de los martes y los jueves; y por lo que deduzco hoy ni eso llegarás a ser.
Ella rompió a llorar, David la alzó y la puso frente a un espejo.
- ¡Mírate!.
Ella bajo la mirada, no quería verse tras el espejo. Él sujetó su cabeza y le dijo:
- ¡Mírate, y hazlo bien!. Eres la criatura más preciosa y bella que jamás he visto. Eres divertida, dulce y inteligente. Eres una diosa dormida, así que permite al mundo creer en ti. ¿Qué haces perdiendo tu tiempo con un cretino que no te merece?. Una mujer como tu no ha estar a la sombra de ningún hombre.
- ¡Me quiere!, yo se que me quiere. Va a dejar a su mujer para estar conmigo.
- No te engañes Anaïs, eso jamás sucederá. Una mujer como tu, podría tener todos los hombres que quisiera. ¿Por qué conformarte justamente con uno que no te quiere lo más mínimo?.
- ¡Si me quiere!. Íbamos a pasar el fin de semana juntos. Tenemos las reserva de la suite en el hotel desde marzo.
- ¿Tenemos?, Anaïs no te hagas más daño. Tener no tienes nada, de ser así no estarías hablando en este precioso momento conmigo.
Terminó la copa y le dijo:
- Debería dejarle, y lo intento, pero el siempre me convence de lo bien que estamos y de lo mucho que me quiere.
David la recostó sobre su hombro y cariñosamente la abrazó mirando de consolarla.
- ¡Te acompaño al hotel!.
Él la ayudo a ponerse el abrigo pagó sus copas y la condujo a la puerta. Una vez en la calle tomaron un taxi dirección al hotel.
En recepción pidieron la llave de la suite y subieron. Una vez en la alcoba, ella desfalleció, cayendo sobre la cama. Allí David la desvistió con delicadeza y le introdujo en la cama. La arropó y se dispuso a irse cuando se oyó la voz quebradiza y abatida de Anaïs:
-No te vayas por favor. Quédate aquí a mi lado hasta que me duerma. No quiero estar sola. Ven recuéstate a mi vera y abrázame.
Él se tumbo en la cama y la abrazó, mirando de calmarla para que pudiera conciliar el sueño. Le acariciaba el pelo, con cautela contemplaba y admiraba cuanta hermosura revelaba, hasta que ella entró en un profundo sueño.
Se incorporó y se disponia a irse, pero antes se percató de todo el esmero que ella había puesto en aquella cita. Rosas rojas, una bandeja de fresas chocolateadas, junto a unos bombones y una botella de "La Veuve Clicquot". En ese preciso instante una mezcla de fascinación y rabia invadía a David.
Ya en el aeropuerto terminaba de facturar su equipaje, volvía de regreso a casa. En el Duty free se paró a comprar unos presentes.
Estaba eligiendo un perfume mientras ella se asomaba por la puerta de embarque. Escondida tras unas grandes gafas y encima de unos vertiginosos y finos tacones se la veía llegar.
Sobre ellos mostraba su belleza en todo su esplendor. En un movimiento, sublime, sensual, ardoroso, se dibujaban todas y cada una de sus curvas. Algo que azotaba los sentidos hasta elevarlos al delirio.
Enfundada en un traje chaqueta azul marino, su ajustada falda tubo se pegaba a sus piernas marcando sus caderas. Contraponiendo el vaivén de estas cada vez que ejecutaba su andar.
Su cuerpo y su pelo la seguían al unisono, como en la composición perfecta de una melodía. Su quebradizo paso se tornó firme y seguro. Nada quedaba de aquella muñeca rota.
Premeditadamente Anaïs se dirigió hacia él, con la intención de pedirle disculpas. Y allí envueltos en aquellas fragancias sus miradas vehementemente se cruzaron, y en ese precioso instante David le dijo:
- No vuelvas a París, vente conmigo a Asturias. Deja que acune tus sueños y ahuyente tus miedos. No preguntes, siente y déjate llevar. Envuélvete en mis pensamientos, absorbe mi deseo. Eso te hará recuperar el ánimo.
Ella le miró fijamente. Sus ojos destelleantes de emoción le sobrecogían. En un suspiro le dijo:
-¡¡Sí!!.
Se abalanzó sobre él y en un efusivo instante unieron sus labios y allí se produjo la perfecta y absoluta comunión entre ellos.
Subieron al avión y tomaron asiento. Nerviosos y ilusionados estuvieron comentando el viaje que iban a realizar.
Ella fue a mostrarle algo que había comprado para compartir con su amante, y de su bolso sacó una caja. Dentro de ella se hallaba un juguete vibrador en forma de huevo junto con un mando.
David le prestó más atención aún. Despertó en él un flamante estado de alteración. Al notarlo Anaïs le tomó de la mano y picarona le hizo seguirla hasta el baño.
Y justo allí, en ese reducido espacio ardientemente se besaron. Sus besos se avivaban, en la medida que estos más se encendían. Sus manos, en un movimiento armonioso seguían el ritmo, encendiendo así un fuego que era incandescente a sus delirios.
En un momento de enajenación el le dió la vuelta y la puso frente al espejo. Las palmas de esta aguantaban la imagen de aquel furtivo encuentro. David deslizó la mano por la entrepierna y trepó hacia arriba, levantando a su paso la falda. Podía notar el abrasador calor que de ella emanaba.
Su mano se humedecía, mientras el pulso de Anaïs se aceleraba. David despertó a la diosa que yacía dormida, sumergiendo sus dedos en su sexo, hasta llegar al fondo. Notando las carnosas y mojadas paredes una y otra vez. Ella contenía el aliento y apretaba sus nalgas contra su mano, equilibrando el movimiento de esta.
Lentamente extrajo sus dedos friccionándolos por toda su vulva, para más tarde introducir en su interior el juguetito. David accionó el mando.
Lo oía vibrar, y disfrutaba viéndola frente al espejo. Deleitándose con cada una de sus lascivas miradas, con cada uno de sus gemidos. Adoraba verla moverse al mismo son que el vibrar del chisme que llevaba en el interior.
Ella se dio la vuelta y colocó a David frente a ella. Lo respaldó contra la pared. Y allí se inclinó y posó sus manos sobre la cremallera de su pantalón, deslizando la punta de sus dedos por su protuberante miembro viril.
Con una sonrisa picarona lentamente fue a bajar la cremallera, liberando a su vez al falo de su prisión. Desponjándolo de las prendas que le oprimían. Lo sujetó con su mano, con un ligero roce notó su palpitar.
Se detuvo para mirarle fijamente. Era una mirada tórrida, juguetona, transparente a las emociones que suscitaba.
Mientras le miraba humedecía sus labios. La respiración de David se entrecortaba. Ansioso deseaba notar esos labios sobre su miembro y ella no se hizo esperar.
Deslizó la punta de su lengua centímetro a centímetro bordeándolo enérgicamente con su mojada saliva, para introducir todo el miembro en su boca acompañándolo en un vigoroso vaivén, haciendo que David se adentrara en un estado de éxtasis.
En ese precioso instante alguien aporreó la puerta del baño, y ellos ensimismados en su mundo unieron sus murmullos en un poderoso e intenso clímax.
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